miércoles, 21 de marzo de 2012

César Marcos, atizador de fuegos

 -  | 2 de Noviembre de 2011 ≈ 16:05 | tamaño de texto -+ | versión para imprimir




Por Lila Pastoriza


 

 Lila Pastoriza 
César Marcos fue uno de los principales artífices de la Resistencia Peronista. Personaje de múltiples facetas, autodidacta, fue, entre otras cosas, frutero en el mercado de Dorrego y asesor de John W. Cooke, suboficial del Ejército, escribiente de terceros y, en especial, formador de militantes e intelectuales. Para la mayoría del público su vida y su muerte pasa desapercibidas.
Este luchador popular fanatizó su actividad en charlas, discusiones y tertulias políticas, casi sin dejar testimonio escrito. En las páginas que siguen se reconstruyen aspectos claves de su historia a través de la memoria de sus compañeros y amigos documentos y cartas personales.
- El mayor mérito de la Resistencia fue que logro evitar otro Caseros. Consiguió mantener y trasmitir la pequeña llamita, que el peronismo no se cortara, y eso nos ahorró medio siglo o más (César Marcos, 1972).
Cuando el golpe militar de 1955 derribo al gobierno peronista, César Marcos había transitado más de la mitad de su existencia.
Seguramente nunca antes sospecho lo que vendría: que la vida podía darse vuelta ( ese mundo sin peronismo donde todo cambió, la gente, los hechos, el trabajo, el aire, el sol) y, menos aún, el papel que le tocaría jugar: protagonista central de la Resistencia, iniciaría esa etapa a los 48 años.
- La Resistencia nació el día que cayó Perón, dirá luego. Irrealidad y pesadilla la de esos tiempos… El 16 de junio, las bombas, los camiones, la gente gritando, la masacre, el coraje, la impotencia de aquel milico que disparaba con su 45 a los aviones… O el 19 de septiembre, cuando, muertos de hambre, llegaron con el Bebe Cooke a Santa Fe y Junín, y vieron que en los balcones la gente brindaba con champán y súbitamente Buenos Aires pasó a ser una ciudad extranjera. El cielo entero se nos vino encima. De repente todo se volvió anormal. Como fue anormal, absurda, alucinada, la odisea de la resistencia. Pigmeos contra gigantes…
Una odisea que despunto en las barriadas con los muchachos pinchando los neumáticos, se contagió por guiños y tonadas, se plasmo en la PV del Perón Vuelve adueñándose de las paredes hasta llegar, a puro fervor, a esa -etapa superior del mimeógrafo que alumbro boletines y panfletos.
- EL GOLPE NOS AGARRÓ COMO RECIÉN NACIDOS…
Después del cuartelazo de junio, Perón designó a John William Cooke interventor del Partido Justicialista de la Capital. En la febril actividad del local de Riobamba y Cangallo, el Bebe y Marcos diseñaron el mínimo aparato destinado a enfrentar la inminente clandestinidad.
- Cooke fue el único dirigente que, sin pérdida de tiempo, constituyó un Comando de lucha en la Capital que confió a Lagomarsino y Marcos mientras él estuviera en la cárcel…, dirá Perón en carta a Leloir.


Así surge el Comando Nacional Peronista, paradigma de la intransigencia, cuyo Manifiesto del 24 de febrero del ‘56 levanta una consigna -la vuelta incondicional del General Perón- que prenderá y será bandera.
Junto con Raúl Lagonarsino (que reemplaza a Cooke ya preso) y Marcos, estarán Tristán, de metalúrgicos, Héctor Saavedra, del Frigorífico, Salvador Buzetta, Osvaldo Morales y otros, en aquellas horas, cuando todo debía ser aprendido.
Salvo pocas excepciones, no hubo figuras de primera y segunda línea en la Resistencia, -Del 55 al 58 lucho el pueblo y solo el pueblo, afirma Marcos. Los dirigentes, o fueron detenidos (muchos) o se borraron (la mayoría).
La CGT hizo lo suyo: recomendó paz, silencio y tranquilidad. -La llamamos
CGT negra, como designaban los anarquistas a las instituciones oficialistas.
Abandonaba todo, el peronismo incluso, con tal de mantener su aparato…,
evoca Marcos.
El local de Riobamba funciono a pleno hasta que lo cerraron, en noviembre. -Fue entonces que comenzaron a formarse los grupos clandestinos -relata Saavedra- organizados por Buzetta y César, ambos muy claros ideológicamente.
La primera vez que lo escuché al Viejo habló durante cuatro horas. Mao,
Trotsky, la guerra de guerrillas, todas cosas nuevas para mí. Y ahí nos
entramos a formar…
LEER EN LA TERRAZA
Doña Emilia era hija de campesinos asturianos. Vino a la Argentina muy joven. A los 17 años tuvo a César y poco después a Juanita. Mamá, pobrísima y analfabeta cuando llegó, creía que lo único útil en este mundo era saber.
No sólo aprendió ella a leer y escribir sino que nos enseñó, y ya sabíamos
hacerlo al entrar al colegio, recuerda su hija. Muy inteligente, tesonera, orgullosa, Emilia será tenazmente rescatada por César como vieja luchadora. Trabajaba por horas, lavaba, planchaba. Vivían en piezas alquiladas en casas de familia, siempre en el viejo Palermo o, por Gorriti, por la Rivera de entonces (hoy Scalabrini Ortiz).
Acosados por la pobreza, la lucha diaria era contra el frío y el hambre. En el Colegio N 10, de la calle Pringles recitaba de memoria la historia de Grosso.
Leía de todo -Creo que nació leyendo, que salió de la panza con un libro,
ironiza Juanita. -Gracias a él, muy chica conocí a Wilde, Shaw, Salgari y
Anatole France, que era su pasión. Siempre contaba que a los 12 años leía a
Marx en el tranvía.
Emilia lo mostraba. -No lo expriman, no le gasten el cerebro, repetiría. El se instalaba a leer en el techo, junto al tanque de agua, y ella le cebaba el mate que, acomodado en un balde, César hacía subir con una cuerda. -En realidad, siempre fue un malcriado -precisa Lagomarsino-, a veces pienso que su hábito de leer provenía, en parte, de lo molesto que le resultaba moverse.
Terminados los estudios primarios -los únicos que curso- comenzó a trabajar con un puestero en el mercado Dorrego para luego instalarse allí como frutero. Pero ni el trabajo ni el dinero le atraían. Hacia la crisis del ‘30, el Ejército aparece como posibilidad de supervivencia.
Allí se engancha luego de la conscripción. -Voy a seguir en el Ejército -escribe a su tía Ina-, total, sueldo seguro, jubilación y poco trabajo. (…) Con un par de pesos para darme un gusto, un buen libro y una pebeta que me quiera, el mundo es mío. (…) En casa, como siempre, comemos poco, pero, divertirnos, nos divertimos (…) ¿Andar detrás del dinero? ¡Cualquier día! Es bueno sólo cuando se sabe gastarlo… -
A los 20 años ingresa en la Compañía de archivistas ciclistas que fue donde, al parecer, escribió para otros por primera vez. El beneficiario fue el Coronel Cernadas, un oficial que le tenía mucho aprecio, y luego, otros militares.
Según Lagomarsino, esta función le dificulto obtener el retiro. -Es que lo
necesitaban, estaban encantados. César les escribía cartas, documentos y
discursos. Tuvo un jefe cuya única tarea era ordenar lápices, gorras,
etcétera y marcar, en una lista, posibles ascensos de su grupo. César le
llevaba pilas de papeles escritos. El jefe les medía márgenes con su regla
(debían ser de ocho centímetros) y los pasaba uno tras otro. Jamás los leía. César pidió el retiro cuatro veces antes de lograrlo.


TIEMPOS DE NACIONALISMO
A los 27 años, cuando se casa con Ana Opfer, una hermosa y dulce polaca a la
que transformara en eximía tanguera, César Marcos militaba en el nacionalismo. -Mi madre era judía y papá - que pese a su catolicismo debió
aceptar el rito de ella - la arrastraba, ya en tiempos de la guerra, a los actos neutralistas, relata Púpele (muñequita en idish), su hija Mercedes Raquel Emilia le puso él, aunque la llamó siempre Ñusta, (princesa Inca). Cuando después del golpe del’76, su yerno Mario Kestelboim es incluido por los militares en el Acta Institucional, todos deben irse. -¿Sabés amorcito, cómo figurabas en los papeles de CONAREPA? Como -la vinculada del interdicto-. Decide, ¿no es un lenguaje obsceno? escribiría César a su hija.
En los largos años del exilio el le enviará larguísimas cartas escritas a mano, con esmero, dibujos, poemas e historias. -Antes, Púpele, nuestro silencio era ternura. Pero ahora me emociono de recuerdos y distancias, dirá, para explicar su efusividad.
1944. Marcos asume como titular de la Dirección General de Espectáculos
Públicos. Ya se ha retirado del Ejército. Mientras aun estaba allí se desempeñaba simultáneamente como sargento ayudante y secretario del
Instituto Cinematográfico del Estado. -Por entonces era un entusiasta militante nacionalista y uno de los primeros afiliados al Instituto Juan Manuel de Rosas -relata su presidente. Alberto Contreras-; lo conocí en el 35 y ya era un hombre de gran capacidad, muy modesto, a quien muchos pedían que les escribiera. Y lo hacía. Pero lo más notorio era su poder de convicción, como lo demuestra el caso de Cooke. Cuando conoció a César era unitario y rupturista. El lo convierte y el Bebe se lo lleva de asesor a la Cámara. Lo quería y respetaba.
Marcos elaborará todo el trabajo sobre la oposición al Acta de Chapultepec,
impulsada por los norteamericanos, que Cooke expondrá brillantemente en
Diputados, en disidencia con su bloque.
-SE DIVERTÍA COMO LOCO…
-Mi viejo solía decir que él fue peronista antes de Perón, recuerda su hija. -En un momento, junto con muchos compañeros, encontramos que el peronismo estaba en nuestra línea. Y entonces lo seguimos, reafirmaría el mismo. Al parecer, se vinculó a través del Bebe, cuya casa de la calle Santa Fe frecuentaba asiduamente. En esa época conoció también a Ricardo Guardo a
quien, años después, escribiría un libro, Horas Difíciles.
Por entonces, el serio y atildado Guardo sufría en carne propia las consecuencias de ese activismo bullicioso, alegre y desenfadado, de César y sus amigos. Como aquella vez en que estamparon su firma en una solicitada y el viejo Sánchez Sorondo lo retó a duelo, reemplazándolo su hijo Matías, campeón de florete. Guardo se pasó toda la noche, pálido y estremecido escuchando las lecciones de esgrima de un profesor alquilado mientras César y el Bebe le escribían epitafios y entre carcajadas lo acompañaban, ya en la madrugada, al campo de honor.


En aquellos primeros tiempos de gobierno peronista, César vivía en un departamento alquilado en la calle Azcuénaga 71. Plata había poca y cuando aparecía, César la gastaba. -Una vez que lo indemnizaron se compró el almacén. Llegó muy alegre, con varias copas y un peón que traía de todo. No le quedó un peso. Absolutamente inútil para las tareas manuales, gran charlista, le gustaba beber y fumar. Y, mucho, las mujeres.
Hacia 1950 se separa de Anita y se va a vivir a un departamento de Villa
Luro (que llamaban -la URSS por lo lejano); los libros, que se apilaban por
doquier, sostenían la gran cama con espejos. Una lámpara reemplazaba al
timbre. -Cuando fue allá andaba enamoradísimo. Y durante días, se encerraba a leer.
-Como se había empeñado en hacer de mi un hombre culto (yo era fabricante de sombreros) mi tarea en la URSS era leer y hacerle resúmenes, recuerda Lagomarsino.
Pese a haberse divorciado con la ley dictada por Perón, una y otra vez regresará con su Aniuska. Sin renunciar claro a sus grandes amores, como el
que vivió durante años con -Champa, una enfermera y militante de la Resistencia.
Desalojado de Azcuénaga, sus amigos le ayudan a comprar un departamento en Cangallo y Billinghurst. Allí muere Anita, en 1972. En esa casa, con un balcón atestado de flores, pasará César los últimos quince años de su vida. Lo acompañarán sus libros, los cuadernos y papeles que llena en las noches insomnes y una mujer, Irma. Es donde permanece en los años de plomo cuando el exilio de su familia, sumado a la ausencia y desaparición de muchos
compañeros y amigos lo sume en profundas depresiones. Pero ni sueña con
irse.
Seguirán viniendo los viejos camaradas y llegarán, pese a los malos tiempos, otros nuevos, las cartas, los que vuelven.
-TANTAS VECES NOS MATARON…
-El jefe civil del complot era Raúl Lagomarsino (…). También figuraba en el
comando César Marcos, ex suboficial del Ejército, que ya ha sido fusilado…,
anunciaba en su primera página La Razón, del 11 de junio del 56. En la
mañana del 2, una semana antes del levantamiento del general Valle, seis
dirigentes del Comando Nacional eran detenidos. César, Osvaldo Morales y
Copete Rodríguez, en una vivienda de Laferrere y Carlos Held no lejos de allí, Saavedra al dirigirse a su trabajo.
Efectivos de la Policía Federal y de la Marina los llevan al Arsenal Naval; estarán unos días -desaparecidos hasta ser trasladados al Departamento de Policía.


El grupo estaba al tanto del intento de Valle, pero, firme opositor a la vía del golpe militar, no lo compartía en absoluto. -Nos habíamos reunido con Valle, el coronel González y algún otro un viejo caserón de Belgrano. Nos plantearon que incorporásemos nuestros grupos civiles, que ellos pondrían las armas. Y una condición: cada uno debía entregar su documento de identidad como garantía de la devolución del armamento. Es que para los milicos las armas en manos del pueblo eran peligrosas. Nos negamos de plano a participar, evoca Saavedra.
No obstante el desacuerdo van todos presos y les endilgan cualquier cosa. -Yo tenia un tubito de Asmaspirin, relata Lagomarsino, con el que salí fotografiado en los diarios. Se lo convirtió la droga. Además, éramos homosexuales: un rico industrial sombrerero (yo) con un joven nazi (Held, hijo de alemanes).
Producido el levantamiento, los llevan a fusilar. La noticia de la ejecución sale en los diarios. -A papá lo habíamos visto unos días antes, de lejos al llevarle comida. Cuando leímos el diario corrimos al departamento Y ahí estaba. Esa vez nos dejaron tocarlo, recuerda su hija. La hermana de Lagomarsino se presentará a retirar los restos, a la madre de Morales la llaman para igual trámite. La orden existía, algo impidió que se concretara.
Cuando se lo llevan a Cooke, preso político en Caseros con igual fin, le dicen que Marcos ha sido fusilado por la mañana. -Al devolvernos luego a la celda -relata Cesar- la ropa estaba apiladita junto con el inventario que enviarían a nuestra familia después de ejecutarnos.
A Morales y Rodríguez les avisan que serán fusilados. No lo creen. -Pensé que era un cuento aunque dudé cuando me enviaron el cura a la celda, recuerda el primero. A Saavedra viene a buscarlo la gente del Ejército -para interrogarlo pero la Marina no lo entrega. -¿Ves, pibe, que nosotros no somos asesinos?, me dicen.
El tercer grupo lo pasa peor. Los llevan a la Escuela de Mecánica del Ejército, en la calle Solís, cuenta Marcos: -Era lóbrego ese cuartel en la noche, mal iluminado. Había un montón de tipos armados de civil, los comandos, y un capitán muy buen mozo, altote, de anchas espaldas, con una 45 que me clavaba al preguntarme las cosas más idiotas… Otro capitancito, de la Escuela Superior Técnica, muy bien vestido, bien afeitado, pálido, con los guantes puestos, le preguntó a Raúl (esposado, chivudo, sucio) su fecha de nacimiento. -El 17 de octubre de..!, comenzó a decir y el oficialito lo desmayó de una trompada. Nos miraban con asco, con odio, eso era lo más intimidante.
Y también ocurría lo increíble: como cuando llega un ayudante con café y el escenario cambia, como si le hubieran pasado un trapo húmedo. Yo me animo y pido un café. Y el grandote me alcanza la taza, me ayuda a tomarlo y me da un cigarrillo. Luego, sin transición, todo vuelve a lo anterior. Y nos llevan a la fila para fusilarnos.
A Lagomarsino lo habían sacado para un careo cuando escucha por la radio que a pedido del Papa se suspendían los fusilamientos. -Ni respiraba para no alterar el ambiente. Me llevaron al Departamento. Me pareció hermoso. Me
metieron en un sucucho para las escobas. Hacía un grado bajo cero ese mes de junio. Yo estaba helado, casi desnudo y sin las pastillas contra el asma.
Había un vidrio roto que dejaba entrar el frío y a unas enormes ratas. Me
pasé la noche espantándolas con una caja de fósforos vacía. Por la mañana
algo dormí. Estuve así diez días. Cerca de dos meses permanecieron allí.
Luego los llevaron a Caseros. Se pasaron como mínimo, un año. César salió a
fines del ‘57. Raúl en 1958, con la amnistía.


-MANTENER LA LLAMITA
-El espontaneísmo cubría todo el país. Llegábamos a todos lados pero sin organigramas. En realidad, cada uno se colocó en el agujerito que le correspondía. Y el enorme fervor suplantó a la organización, precisaba Marcos.
Desde el ‘55, la clandestinidad. Iban de casa en casa. -César era un drama, llegaba a un lugar y colocaba los estantes para hacer la biblioteca, se queja Lagomarsino. Pero se arreglaban: -Vivíamos y nos reuníamos en las casas de compañeros, de familias peronistas que nos albergaban.
La gente estaba como loca, quería participar de cualquier modo, recuerda Morales. Empezaban con la propaganda. -Mantener la llamita. Volantes, pintadas, algún apagón si había huelga. -Y fuimos armando los grupos.
Yo organicé el comando Mataderos, el del Frigorífico, el del Barrio Los Perales y otros. Eran de poca gente, que no se conocía entre sí. -César diagramaba ese esquema, relata Saavedra. La cárcel no frenó la Resistencia.
Regularmente, el Comando enviaba los informes a Perón, se giraban las instrucciones y se redactaba la prensa (el Boletín Informativo, El Guerrillero) que algunas compañeras sacaban afuera e imprimían Emmy, Carmen y Tello Castiñeiras.
Esclarecer, mentalizar era fundamental. -Me conocí las cocinas de todos los suburbios de Buenos Aires -cuenta Marcos-, era el sitio donde nos juntábamos como una gran familia, la mesa de hule, el mate, un vino… Hablábamos de Perón (porque estaba prohibido hacerlo) y de qué hacer.
Lo que más nos interesaba era que la gente no se enganchara en las aventuras militares, que entendiera que todo dependía de lo que el pueblo hiciera por sí mismo, que no había coroneles providenciales. Y resultaba difícil.
Esperaban lo inmediato, el golpe.
Uno explicaba durante horas, todos decían estar de acuerdo, y al salir de la reunión, el dueño de casa, sigiloso, cómplice, se despedía y preguntaba  -¿Y… viene el golpe?’.
-Es que lo teórico no bastaba, faltaba la propia experiencia… Saavedra recuerda: -una vez fuimos a una reunión, allá detrás de Caseros. Corren una cama y aparece la entrada a un sótano lleno de gente. Estaba hasta el famoso trío de la CGT negra.
Hablaban de los contactos con militares, de que había que largarse ya. Un dirigente de UTA, dijo, eufórico, que tenía el uniforme de un general.
Nosotros escuchábamos, César no había dicho nada. Entonces habló. -¿Me permite compañero? (no lo olvido más). ¿Sabe lo que yo hago con el uniforme de un general? Me limpio el culo. Se terminó la reunión. ¡Lo que faltaba, milicos que jugaban a peronistas! Era un chiste eso.
EL VIEJO CÉSAR
Agotada la primera etapa de la Resistencia (que culmina con la tajante oposición de Marcos al pacto con Frondizi), habrá otra vez clandestinidad y prisión y diversas posiciones ante las cambiantes contingencias políticas.
En el ‘73, cuando retorna Perón, el escepticismo de César se estrella contra la euforia general: prevé días sombríos. No obstante, desde la Unidad Básica John W. Cooke logra abrir un espacio de discusión entre los sectores de la Tendencia, en momentos en que el clima general no favorecía el diálogo. Más
adelante, su afán de poner vallas al avance de -la patria metalúrgica lo lleva a colaborar unos meses con el gobierno de Calabró, en la provincia de Buenos Aires. Pronto debe alejarse.
Enemigo del Lopezrreguismo y muy crítico de la gestión de Isabel Perón, cree, sin embargo, que hay que evitar el golpe militar. -Si esto se hunde nos hundimos todos, sostenía. Sus posturas y actitudes son polémicas y le granjean críticas. En general, coyunturales.
-En la Resistencia fue una especie de guardián de la doctrina, con una fuerza de principios y una forma de expresarlos enormemente pura, que orientó a los sectores dispersos desde una posición intransigente, sostiene Osvaldo Morales.
Para Pino Solanas (bajo cuya dirección Marcos interpretara a Pardal en Los hijos de Fierro) fue clave en la comprensión de nuestra historia. -Mi generación le debe mucho a César -dice-; nos ayudo ayudó a profundizar nuestra inserción en el peronismo.
Carlos Acuña, de la U.B. Cooke, lo rescata desde los años recientes. -Apostaba a la revolución, a la gente. Lo amábamos al Viejo, era un troesma.
-Todo aquel que pensara en una organización revolucionaria dentro del
peronismo iba a ver al Viejo, cuenta Leopoldo Halperín. -Era una especie de
oráculo. Lo conocí una noche en que Jorge Rulli me llevó a su casa, en los
‘60. César, que funcionaba sólo de noche, estaba rodeado de una inmensa
cantidad de libros y papeles. Discutíamos cómo organizarnos. El mezclaba
anécdotas de sus tiempos, algo de marxismo, metafísica, lecturas de Marechal. Un galimatías. Fumaba muchísimo y hablaba en un estilo casi
conspirativo. Era un autodidacto y sabía como un caballo. Una vez logramos
que diera un curso de historia. Arrancó de los carolingios, iba de las anécdotas de la Resistencia a Childerico. Si lo vieras, con sus hojitas, tan sistemático…
Por allí pasaron muchos: El uturunco Mena, Villalón, Saúl Hecker, Vallota, Pancho Gaitán, el Gallego Alvarez, Licastro, Fernández Valloni, Quique Pecoraro, Mendieta, Eduardo Vacca, el Negro Lamborghini, Pino Solanas, Marcos Raijer, Luis Macaya, entre otros. Su larga e intensa trayectoria explica la multiplicidad de contactos. -Jamás podría haber reunido a todos -dice su amigo Carlos Abalo-; con cada grupo desarrollaba temas específicos.


Sólo él, muy respetado, podía hacerlo. Hombre de consulta, nunca volverá a
embarcarse en alguna corriente interna. -Jugaba de gurú, precisa Alcira Argumedo, -gran francotirador, muy peronista pero muy crítico, era un referente de la sabiduría en el análisis político. Irredimible, seductor, desde su trono, un gran sillón de madera, contaba historias, que era su modo de enseñar a hacer cosas.
La relación con el Viejo no era fácil. -Sobre todo de entrada- Y mantenía siempre una cierta distancia pese a que cuando lograba armar un canal específico, de compinchería, de complicidades, el requerimiento era alto y uno súbitamente descubría una enorme proximidad, relata Abalo. Lo previo,
sin dudas, era el enganche afectivo.
-Después uno tenia que ser activo, pincharlo -anota Francisco Urioste-, y entonces aparecía el Viejo César en todo su esplendor, esa especie de filósofo o de Viejo Vizcacha. Sabía muchísimo pero nunca tiraba sus lecturas sobre la mesa. Después de años uno descubría ese infernal basamento en que sustentaba sus dichos.
Sin embargo, salvo para quienes lo trataron, fue un desconocido. Debe haber tan sólo un artículo firmado por él. Escribió muchos, libros incluso, pero para otros, y centenares de notas, anónimamente, en las publicaciones de la Resistencia, en De Frente. Siempre estuvo en segundo plano, jugando de atrás. ¿Por qué? Algunos lo atribuyen a una gran modestia y generosidad (-Se alegraba cuando triunfaba una orientación suya, no tenía envidias, dice Morales), otros, por el contrario, a su comodidad y a cierta indolencia.
Hay quienes enfatizan algún arrastre de la infancia (-se escondió siempre,
quizá por algún complejo, aventura Lagomarsino) y están los que, como Carlos Abalo, responsabilizan a su afán perfeccionista. -Era un cultor del perfeccionismo. Si su identidad aparecía comprometida, el nivel de exigencia le imposibilitaba escribir. César parece darle la razón. -Sólo me gusta escribir, hasta divertido y despreocupado, cuando no lo hago para mi -dice en una de sus cartas (…) pero expresarme por mí mismo me resulta como un parto interminable y dolorosamente difícil…
Sea como fuere, el resultado fue lo que todos anotan como su mayor déficit: no haber plasmado en una obra que quedara como testimonio objetivo, su enorme conocimiento del peronismo y de la historia.
César Marcos no es encasillable. Intransigente en lo ideológico, flexible políticamente, confió, más que nada, en los sectores populares. Creía que, pese a todo, les llegaría su hora. El detonante sería lo social. Era cuestión de tiempo. Había que esperar, y activamente. Armar redes con los mejores. Juntar cuadros, ideas, cuidar que no se apagaran las pequeñas luces. Atizar los fuegos, mantenerlos vivos. Eso, al fin y al cabo, fue lo que él hizo.


COOKE DE CARNE Y HUESO
John William Cooke moría el 19 de setiembre de 1968. Tenía 48 años. Tiempo después, en unas páginas inéditas, César Marcos intentará esbozar una semblanza del Bebe -tal como era. Molesto con cierta izquierda que armaba una leyenda falsa con pretensiones de bronce y de mármol, tratará de rescatar al hombre de carne, hueso y sangre con todas las debilidades y grandezas.
Marcos no escatima elogios a la actuación pública de Cooke. Lo describe como quien cumpliera -todos los papeles que puede desempeñar un político, salvo el de burócrata y resalta su rol de -teórico, ideólogo, doctrinario fundamental.
Pero también hablará del Bebe que él conoció, el de las escapadas, los poemas y las noches.
Dirá que era un gran bailarín de tango ( -bailaba tan bien que hacía olvidar su obesidad aplastante), -gran jugador de póker y buen jugador de cualquier juego, gran amigo de artistas y de reos y personajes de la noche… Y así, mano a mano en una mesa de fondín, frente a Luisito Dellepiane relataba Verlaine (…), como sabía recordar la musa del Negro Cele, (…) o escandía armoniosamente la límpida y fría belleza del Poema Conjetural.
Y lo evoca tal como lo recuerda, recibiendo a sus amigos en su casa de la calle. Santa Fe. -Completamente despreocupado de su atuendo, que recibía
permanentemente la ceniza inagotable de sus ininterrumpidos cigarrillos, sin embargo, pese a esto y a su gran físico, tenia una presencia agradable que emanaba de sus ojos claros y de su rostro risueño, blanco e infantil..
UNA RELACIÓN FECUNDA
En 1959 yo publiqué un trabajo económico que era muy duro con el peronismo. César, a quien no conocía, me hizo llamar por un compañero. Me dijo que algo tan crítico y que él no podía rebatir, tenía que haber sido escrito por un peronista. Como yo no lo era, quería conocerme. Así comenzó una relación fecunda, por momentos muy intensa (de verse todos los días) y en otros mucho más laxa. Discutíamos mucho y con un sistema: si discrepábamos en un punto, lo repensábamos, escribíamos y volvíamos a abordarlo. Y todo desde un gran afecto -mutuo- y con él instándome siempre a dar rienda suelta a lo que pensaba. Era un peronista en serio; decía que yo también lo era, sin saberlo, ya que criticaba todo lo criticable en el país, y ésa, según él, era función del peronismo. Habiendo tantas diferencias entre nosotros, me costaba a veces entender la base de ese vínculo tan profundo y próximo.
Residía sin duda en los puntos de compinchería que él establecía y desarrollaba: desde las pequeñas complicidades hasta el humor ácido e irónico, la pasión por la historia, la crítica al peronismo (que me hacía pagar con la suya a la izquierda). Esa relación fue única. Si supuso una enorme identidad, pese a las diferencias, fue porque las complicidades denotaban una lealtad mutua, y así el acervo común que se construyó venció todo lo disímil.
Por eso fue también una aventura. Ambos éramos conscientes de ello y nos divertía mucho.
César ocupa un lugar muy importante para mí. Lo recuerdo con muchísimo
cariño y siento que al no estar dejó un gran vacío. A veces pienso que ese
vacío sería menor si lo hubiese visto más en la última época. Pero es una
fantasía. Lo que siento es su enorme ausencia.


Lila Pastoriza, secuestrada sobreviviente de la ESMA
[Texto gentileza de nomeolvides.org]
http://www.agendadereflexion.com.ar/2011/11/02/758-cesar-marcos-atizador-de-fuegos/

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