miércoles, 30 de noviembre de 2016

GENERAL SAVIO. La mística militar-industrial.





La mística militar-industrial. 
El general Manuel Savio y el día de la Siderurgia nacional



El 31 de julio de 1948 moría de un paro cardíaco el general de división Manuel Nicolás Aristóbulo Savio y por ello se instituyó, con justicia, al 31 de julio como el “Día de la Siderurgia”. Había nacido en Buenos Aires el 15 de marzo de 1893.

Savio fue el heredero de fray Luis Beltrán y el continuador de las tesis esgrimidas y materializadas –a través de YPF durante la presidencia de Yrigoyen- por el general Enrique Mosconi (cf. la Agenda de Reflexión Nº 241) para transformar una economía nacional agro-pastoril exportadora en otra que tuviera a las industrias de base como motor del crecimiento. Savio fue el primero del plantel de ingenieros militares que realizaron una “movilización nacional” de carácter militar y técnica al mismo tiempo, correlacionando las posibilidades de la industria con la defensa. Afirmaba que “la industria del acero es la primera de las industrias y constituye el puntal de nuestra industrialización. Sin ella seremos vasallos”.

En 1930 el teniente coronel Manuel Savio elevó el proyecto para crear la Escuela Superior Técnica, abierta a los oficiales de todas las armas. Por una suerte de compensación histórica, el presidente Uriburu, que mandó detener e investigar a Mosconi, facilitó a su continuador el medio para realizar sus planes. En 1934 egresan los primeros ingenieros militares. El 24 de diciembre de 1936 Savio asume la dirección de Fábricas Militares. En 1938 eleva un proyecto de ley para crear la Dirección General de Fabricaciones Militares (DGFM). Actúa como un verdadero político, buscando aliados en todos los sectores, convenciéndolos de sus beneficios para el país. En 1941 se promulga dicha ley, que además lo autoriza a realizar exploraciones y explotaciones tendientes a la obtención de cobre, hierro, plomo, estaño, manganeso, wolframio, aluminio y berilio. Además del desarrollo de un programa de prospección geológico-minera en la Antártida Argentina. “Es un error el haber estructurado ‘a priori’ nuestra economía, posponiendo arbitrariamente a los metales con respecto a los cereales”, decía. Luego propuso buscar yacimientos de hierro en el país. Los encontró en las serranías de Zapla, Jujuy. Los informes corroboran que el yacimiento es una cuenca sedimentaria de hematita cuya potencia visible asegura grandes reservas y justifica sobremanera la inversión necesaria para emplazar un “Alto Horno”. Se inicia inmediatamente la “gesta Zapla” cuando el país sufre el bloqueo de los grandes consorcios. Savio intenta formar una “conciencia metalúrgica”, apelando a los industriales, y recordando que la fábrica argentina de carburo de calcio debió cerrar por el “dumping” del exterior. Por esos días, el matutino La Nación sostenía en un editorial que “no tenemos hierro ni carbón de piedra, elementos indispensables de la gran industria”, para concluir que “en realidad no nos debemos quejar de la heredad que nos ha tocado en suerte y no hemos de ser mineros mientras nos convenga y nos guste ser labradores y criadores de ganado”.



El 11 de octubre de 1945 (en plena evolución de los episodios militares que provocaron la jornada del 17 de octubre) se produce la primera colada de hierro fundido hecha con materias primas nacionales. Poco después Savio entrega su Plan Siderúrgico Nacional (Ley 12.987 o “Ley Savio”), que es sancionada en 1947 –durante la primera presidencia de Perón-. Así se origina SOMISA (Sociedad Mixta Siderurgia Argentina), cuyos altos hornos son emplazados en terrenos elegidos por el propio Savio en los márgenes del arroyo Ramallo, en las cercanías de San Nicolás. Como presidente de su directorio renuncia a sus honorarios, pero no alcanza a ver concluidos sus sueños, debido a su temprana muerte, a los 56 años. SOMISA llegó a proveer a la nación 500.000 toneladas de productos semi-terminados de acero.

Cursó estudios en el Colegio Nacional Central de la Universidad de Buenos Aires y en el Colegio Militar de la Nación. Luego de su siempre ascendente y brillante carrera fue instructor de cadetes en el Colegio Militar y titular de la cátedra de Metalurgia y Acción de Explosivos. Organizó la Escuela Superior Técnica del Ejército y enriqueció, de manera trascendente, la industrialización castrense. En tanto la Escuela de Mecánica se dedicaba a capacitar operarios, la Escuela Superior Técnica se abocó a la tarea de formar ingenieros militares con avanzada especialización teórica y práctica. Para llevar adelante sus planes, Savio aplicó con gran lucidez las experiencias de la visita que realizó al continente europeo en 1923, como miembro de la Comisión de Adquisiciones del Ejército.

En 1933 escribió su primer obra titulada Movilización Industrial. Luego le siguieron los libros Política Argentina del Acero (1942) y Política de la Producción Metalúrgica Argentina (1942).

En su creación, Fabricaciones contaba con cinco establecimientos: Fábrica Militar de Equipos (ex taller de Arsenal), Fábrica de Material de Comunicaciones (ex laboratorio del arma de Comunicaciones), Fábrica de Aviones (transferida por la Aviación Militar), Fábrica de Acero y Pólvora y Fábrica de Explosivos de Villa María, estas dos últimas inauguradas por el propio Manuel Savio en 1937 y 1938 respectivamente.

En julio de 1943, a menos de siete años de su establecimiento como organismo autárquico y siempre bajo su conducción, Fabricaciones Militares contaba ya con doce plantas. A las nombradas se sumaron: la de Fabricaciones Militares de Armas Portátiles “Domingo Matheu”, la de Tolueno Sintético, la de Munición de Artillería Río Tercero, la de Munición de Artillería “Borghi”, hoy “Fray Luis Beltrán”, la de Vainas y Conductores Eléctricos E.C.A., la de Munición de Armas Portátiles “San Francisco”, la de Materiales Pirotécnicos y la de los Altos Hornos Zapla.

Por otro lado, con el aporte de grupos empresarios, Savio organizó las siguientes sociedades mixtas: Industrias Químicas Nacionales, Elaboración del cromo y sus derivados, Atanor, Compañía Nacional para la Industria Química, Aceros Especiales y Siderurgia Argentina.

Al elaborar los fundamentos de la DGFM, Savio incluyó un capítulo sobre exploración y explotación de minas que, como él mismo definiría un tiempo después, creó “una verdadera revolución en cuanto a la tesis que sobre la materia se sustentó, terminantemente en aquellos tiempos, de explorar y explotar minas por intermedio de la DGFM, es decir, del Estado”. Con esa misión, la DGFM se dedicó a la exploración de las riquezas minerales de la Argentina cuyos resultados no tardaron en aparecer. Entre los más importantes de esos descubrimientos estuvieron: el hierro de Puesto Viejo, al sur de Palpalá, en Zapla; las arcillas y caolines bonaerenses, el uranio de Comechingones y de la mina “Soberanía”, de Mendoza; el cobre de Los Aparejos, en Tinogasta, Catamarca; el mineral del Paramillo, de Uspallata, Mendoza; la mina de hematita La Santa, Pastos Grandes, Salta; y el cobre y la rodocrosita de Capillitas, entre otras.

Cuando por el mes de agosto de 1945 fueron arrojadas las bombas atómicas en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, Savio de inmediato reaccionó insistiendo en que “tenemos que intensificar ya, rápidamente, la búsqueda de uranio en todo el territorio argentino. No se trata de fabricar la bomba, sino de pesar en el concierto mundial con la tenencia de uranio”. Así fue como los treinta geólogos de la DGFM se lanzaron al relevamiento y la exploración del territorio nacional en busca de uranio, logrando hallazgos sorprendentes. Dos décadas después, Argentina estaba en el concierto de las pocas naciones que generaban energía nuclear.

Con el descubrimiento de los yacimientos de hierro en Zapla, la DGFM da inicio a la creación del Establecimiento Altos Hornos Zapla y la planta experimental de Palpalá, pilares de la nueva siderurgia argentina. El coronel Manuel N. Savio ya había explicado de forma excelente la importancia de formar una “conciencia metalúrgica”, en un discurso pronunciado en el salón de la Unión Industrial Argentina (UIA) en el mes de junio de 1942 que parece inspirado en la realidad contemporánea: “Puede decirse que hasta ahora hemos desechado sistemáticamente todos nuestros yacimientos de minerales… De tal manera, hemos visto tomar rumbo al extranjero a grandes cantidades de minerales en el mismo grado de concentración compatible con las tarifas de transporte; hemos anotado en nuestras estadísticas un valor que acrecentaba los ingresos ponderados en oro; pero sin dejar el efecto saludable que hubiese podido proporcionar el trabajo de su industrialización y, como saldo del balance, sólo debemos consignar un egreso de riqueza, una disminución del potencial… muy poco, pues, es lo que ha quedado como beneficio fuera de miserables jornales de extracción”.

El presidente Ramón Castillo suscribió el respectivo Decreto que mandaba crear el Establecimiento Altos Hornos Zapla. Se licitó la construcción de la planta experimental de Palpalá, obra que quedó adjudicada a la empresa sueca “Svenska Entreprenad A.B.”, asumiendo el proyecto y la supervisión de la instalación del alto horno. A cargo del capitán Enrique Lutteral, ayudado por el geólogo Victorio Angelelli, se elaboró la galería principal de la mina de Zapla, bautizada “9 de octubre” en homenaje a la fecha de la fundación de la DGFM. Construida a dos puntas sobre una longitud de 500 metros, o sea a partir de sus extremos, tratando de empalmar en su parte media. Un método inusual, contrario a todas las prácticas universales, adoptado porque los equipos de perforación –trabajando con barretas y martillos por la carencia de elementos mecánicos y automáticos- no podían avanzar más de un metro por día, mientras el plazo estricto fijado por Savio requería otro ritmo.

Había que construir un cable carril desde la sierra de Zapla a Palpalá, para asegurar la bajada del mineral. Varios técnicos recorrieron el país en su búsqueda. En una mina riojana abandonada llamada “La Mexicana” encontraron uno. Hurgando sin descanso consiguieron varios tramos. La habilidad de los técnicos permitió una instalación aérea con cables adquiridos en trozos, como si fueran géneros, que soldaron con perfección, disimulando las uniones. Una doble línea de cable carril tendida a lo largo de doce kilómetros y medio con cinco estaciones tensoras y 109 torres de hierro en forma de T, plantadas sobre basamento de hormigón, unió a Palpalá, ubicada a 1.105 metros sobre el nivel del mar, con el extremo más cercano del yacimiento, a 1.500 metros de altitud.


El 7 de marzo de 1944, después de un año de estudios previos, comenzó la construcción de la planta industrializadora de Palpalá. Y en dieciocho meses se levantó el alto horno que, caso único en el mundo, se construyó de hormigón armado por la carencia de los materiales clásicos. Para la fábrica eléctrica y los soplantes, especie de ventiladores gigantes que hacen las veces de pulmón del alto horno, se requería un motor de 500 HP y en el país se fabricaban apenas de 80 HP. Savio reunió a los industriales argentinos y por último, el ingeniero Torcuato Di Tella se comprometió a construir seis motores de 85 HP para seis soplantes en paralelo, de manera que la presión de uno no ahogara al otro. Se debía quemar el gas del alto horno en una caldera y pasarlo a turbina. En Bahía Blanca se halló un motor viejo de 1.200 HP con dos décadas de uso, que se reacondicionó.

Mientras Chile, Brasil y México para sus emprendimientos siderúrgicos contaban con la colaboración norteamericana, Savio –condicionado por la política exterior argentina que se mantuvo neutral durante la Segunda Guerra- construía la planta piloto de Palpalá apelando a piezas en desuso recogidas a lo largo de todo el país. En un astillero viejo de San Fernando se compraron dos calderas antiguas, casi chatarra. Como no se pudieron obtener ladrillos refractarios para el interior del horno, una firma nacional los ofreció de sílice, siendo aceptados finalmente por los ingenieros suecos, pero sin ofrecer garantía.

Como combustible se utilizó carbón de leña del Chaco, Santiago del Estero y Salta. Inmediatamente, las voces de la prensa ecologista de ese entonces, clamaron “no se puede levantar la siderúrgica con carbón vegetal, vamos a quedarnos sin montes”. A lo que Savio respondió activando el Vivero de Pirané e iniciando las plantaciones de 15.000 hectáreas de eucaliptos en la zona Zapla-Palpalá, formando un bosque de 30 millones de árboles, que al día de hoy, permite todavía la realización de cortes cada siete años.

Se acercaba el día ansiado en que el horno entraría en funcionamiento. Se suscitó entonces una cuestión grave: no se contaba con los repuestos imprescindibles en caso de avería, que debían ser comprados en el exterior, y era claro que Zapla iba a ser jaqueada por el extranjero, debido a la importancia que remitía a la soberanía y defensa nacional. El riesgo a correr era inmenso, pues si se interrumpía la operación del alto horno el tiempo suficiente para que se enfriara y solidificase el material, su inutilización sería definitiva, y volarlo su destino sin remedio. Savio sopesó las circunstancias y dijo “¡Adelante!”, asumiendo toda la responsabilidad; la suerte lo acompañó pues el horno trabajó dos años sin problemas y a esa altura los repuestos ya estaban a mano.

El día 11 de octubre de 1945 surgiría el primer chorro brillante de hierro que, en palabras de Savio, “iluminará el camino ancho de la nación argentina”. Sin demora, el capitán Lutteral se tomó desquite: envió al sabio alemán Schlagimtweit, el mismo que tres años atrás sostuviera que “el mineral de Zapla no es reductible”, un trozo de lingote con una simple tarjeta: “Para que le clave los dientes”.

Así, Palpalá se fue convirtiendo, como lo quería Savio, en un centro de irradiación industrial, a la vez que elevaba el nivel económico, cultural y social de la región, transformando al pueblito que en 1940 tenía tan solo tres casas, en el tercer centro poblacional de Jujuy, con más 30.000 habitantes, viviendas espléndidas, escuelas primarias y técnicas, y centros culturales.


Claro, soplaban otros vientos que ahora. En el ya citado discurso a la Unión Industrial Argentina, en el mes de junio de 1942, Savio definió los lineamientos de lo que sería la planificación de la nueva industria, destacando primordialmente la “necesidad de protección, por lo menos en la etapa inicial”, señalando que “Me siento en el deber de expresar, sin eufemismos, que sin una franca protección del Estado, todo este plan y cualquier otro, correrá igual suerte; porque es un secreto a voces que la producción universal de todos los productos que he enunciado está controlada por organizaciones poderosas, con medios suficientes para determinar crisis decisivas donde y cuando convengan”.

El descubrimiento casual de una mina de azufre por parte de un grupo de exploradores en el sudoeste de la provincia de Salta, a unos 5.200 metros de altura, sería el comienzo de la industria azufrera argentina. Comenzada a explotar a cielo abierto por una compañía privada, Savio tomó contacto con ella y en 1943 se organizó la Sociedad Mixta Azufrera Salta. Al año siguiente, mediante el apoyo de Savio y la DGFM, empezó a producir 31.000 toneladas de azufre, utilizadas en su mayor parte para la obtención de ácido sulfúrico, sulfuro de carbono para la pólvora negra y aspersiones contra insectos hongos, entre otros.

El 30 de enero de 1938 se inaugura la Fábrica Militar de Pólvoras y Explosivos “Villa María”, ubicada en la localidad cordobesa de igual nombre, y que Savio completara y pusiera en funcionamiento en agosto de 1942, con las plantas de éter y pólvoras de nitrocelulosa. Poco tiempo después, se instalaría el segundo conjunto fabril químico de la DGFM en Río III. De su producción, las Fuerzas Armadas sólo consumen apenas el 4 por ciento, el resto lo absorbe la industria privada, que utiliza la nitrocelulosa para la elaboración de pinturas, esmaltes, lacas, barnices y películas radiográficas, mientras diversos explosivos se destinan a minería, obras viales y sismográficas.

La carencia de neumáticos –cubiertas y llantas- durante la Segunda Guerra había creado enormes dificultades al país. Savio se aplicó a que la DGFM obtuviera caucho sintético, para lo cual creó por concurso la Sociedad Mixta Atanor, que si bien no pudo resolver su producción, empezó a satisfacer la demanda de agua oxigenada, cloro soda, metanol y soda cáustica.

El 26 de agosto de 1942, bajo la dirección de Savio, la DGFM creaba en las proximidades de Campana, provincia de Buenos Aires, la Fábrica Militar de Tolueno Sintético: era el comienzo de la petroquímica en el país. Con la colaboración de Y.P.F. inauguró el 31 de diciembre de 1943 la producción del tolueno para la obtención del explosivo TNT. Y su desarrollo llegó a abastecer a la industria con solventes aromáticos y parafínicos, aguarrases y thinners.

El 4 de agosto de 1942, en la ciudad de San Francisco, provincia de Córdoba, se instalaba la Fábrica de Munición de Guerra y Armas Portátiles, que cuatro años después producía cartuchos de guerra y de fogueo, y posteriormente elementos de uso civil como motores eléctricos, discos para arado, material ferroviario como vagones y furgones, entre otros. Dos meses después, el 3 de octubre de 1942, se colocaba la piedra fundamental de la actual Fábrica Militar de Armas Portátiles “Domingo Matheu” en la ciudad de Rosario.


El 1º de abril de 1947 Savio inauguraba la Fábrica Militar de Material de Comunicaciones y Equipos, en la localidad de San Martín, provincia de Buenos Aires con la finalidad de fabricar equipos de dotación de las Fuerzas Armadas, al tiempo que empezó a producir, también, equipos electrónicos como transmisores, receptores y equipos de televisión. Preocupado por los requerimientos de la industria del cobre para las Fuerzas Armadas y el uso civil, en 1944 adquirió la Sociedad Electrometalúrgica SEMA, de origen alemán, que pasó a llamarse Fábrica Militar de Vainas y Conductores Eléctricos. Ubicado en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, este establecimiento empezó fabricando latón militar para vainas, metales para la industria manufacturera y una amplia gama de conductores eléctricos.

En 1945 se creó la Fábrica Militar de Materiales Pirotécnicos, con asiento en Pilar, provincia de Buenos Aires, que abasteció a las Fuerzas Armadas y cubrió las necesidades de explosivos de uso civil como la elaboración de cargas para las perforaciones petrolíferas y mineras.

La Fábrica Militar de Aceros, de Valentín Alsina, que fundara en 1936 el general Reynolds y completara Savio en 1938, para 1969 era la única planta que producía en el país laminados planos de alto carbono y de acero al silicio para los que antes se dependía exclusivamente de la importación.

Catorce fábricas propias –o “núcleos de paz”, como las llamara Savio-, participación en ocho sociedades mixtas y nueve sociedades anónimas con mayoría estatal, tal es el panorama resplandeciente legado por Savio como Director de la DGFM.

Alarmado al comparar que treinta años atrás –en el decenio 1905-1914- la Argentina consumía 150 kilos de hierro y acero por habitante, y que en esos días de 1943 había descendido peligrosamente a menos de 50, sumado a que, a diferencia de la época de la Primera Guerra, la Segunda Guerra Mundial interrumpía el suministro a una Argentina que demandaba camiones, autos, locomotoras y demás, Savio proyecta un programa siderúrgico que comprenda “la ejecución anual de alrededor de 315.000 toneladas de acero en una etapa inicial”. Sostenía que “necesitamos barcos, ferrocarriles, puertos y máquinas de trabajo, y no nos podemos detener a la espera de milagros… ello es ya un imperativo en nuestro progreso, porque es un mandato de la argentinidad, porque lo requiere nuestra soberanía dentro de un programa que no persigue ninguna autarquía deformada por exacerbado nacionalismo, sino porque aspira a contar con un mínimo de independencia”.

El 24 de enero de 1946 tenía entrada en la Presidencia de la nación el proyecto de ley suscripto por el general Savio, con el objetivo de elevar el Plan Siderúrgico. Al someterlo al Congreso señala: “su finalidad esencial consiste en crear una real capacidad para la producción nacional de acero, en condiciones tales que aseguren el desenvolvimiento económico de la siderurgia argentina y su ulterior afianzamiento”. “La actividad industrial que encara este plan es vital, la necesitamos, como hemos necesitado nuestra libertad política, como hemos necesitado en su oportunidad nuestra independencia”. “La industria del acero es la primera de las industrias; y constituye el puntal de nuestra industrialización”.

En forma muy resumida, las finalidades de la ley eran: a) Producir acero en el país utilizando materias primas y combustibles argentinos y extranjeros en la proporción que resultara más ventajosa económica y técnicamente, tratando de mantener activas las fuentes nacionales de minerales y de combustibles. b) Suministrar a las industrias de transformación y terminado de acero en calidad y costos adecuados. c) Fomentar la instalación de plantas de transformación. d) Afianzar el desarrollo de la industria siderúrgica argentina. El plan se cumpliría sobre la base de: a) Yacimientos de hierro en explotación y plantas del Estado existentes en este momento. b) La planta de la SOMISA que se creaba por esa ley. c) Otras plantas de sociedades mixtas que pudieran crearse. d) Las plantas de transformación y terminado de productos de acero del capital privado.

El 21 de junio de 1947 el Poder Ejecutivo promulgaba el Plan Siderúrgico convertido en la Ley Nro. 12.987, nombrando a Manuel Savio como Presidente de la Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina. En primer lugar, decide la ubicación de la planta siderúrgica en Punta Argerich, sobre el río Paraná, en el partido de Ramallo, provincia de Buenos Aires. El 13 de marzo de 1948, en su carácter de Presidente de SOMISA, suscribe el contrato con la Armco Argentina, por el cual se encargan los planos y estudios, supervisión de la instalación y de la puesta en marcha de la planta a instalarse. El 26 de junio de 1948, el Directorio de Somisa aprueba el plan definitivo presentado por Armco, optando por un complejo para elaborar 500.000 toneladas de productos semiterminados de acero.


Imprevisiblemente, y en mitad de la realización de su proyecto industrial para la Argentina, el general Savio muere y su Plan Siderúrgico se vería aplazado por casi una década, siendo Arturo Frondizi, aquel diputado que integrara la comisión especial para estudiar el Plan de Savio, quien en 1958, ya ungido presidente de la República, haría uso manifiesto del préstamo de 60 millones de dólares que en 1955, el Eximbank (Export and Import Bank of United States) le concediera al país en el gobierno de Perón para financiar las adquisiciones de equipos y servicios a efectuarse en Estados Unidos para la instalación de la planta de Punta Argerich, que pasaría a llamarse Planta Siderúrgica “General de División Manuel N. Savio”. El 20 de abril de 1960 se produce, en la planta de Punta Argerich, el primer deshornado de coque apto para fines metalúrgicos; el 20 de junio, la primera colada de arrabio y el 5 de mayo de 1961, la primera colada de acero. El 25 de julio de ese 1960, trece años después de la promulgación de la Ley 12.987, se realiza la inauguración oficial de la planta con la asistencia del presidente Frondizi.

La figura de Savio estará ligada a toda una serie de acontecimientos fundamentales para el desarrollo económico del país; y no se podrá hablar en el futuro de la industrialización argentina sin tener en cuenta sus ideas y conceptos. El fijó con precisión los límites y el significado del proceso económico nacional. Y mostró las consecuencias del trabajo perseverante, tenaz, y sin renuncias al servicio de los intereses del país. Como fray Luis Beltrán, como Enrique Mosconi, el general Manuel Savio fue un varón ilustre. Su vida rompió los moldes comunes para transformarse en un ejemplo. Su personalidad no admite elogios fáciles, sino que exige penetrar en los múltiples rasgos que hicieron de él un jefe militar destacado, un creador vigoroso, un acendrado patriota.

Tantas décadas después, todavía suenan como corolario, en un país espiritual y materialmente vaciado, las palabras de Savio en 1946 “La del acero es una industria básica sin cuyo desarrollo no puede considerarse que un país ha alcanzado su independencia
económica. Incluso se comprueba la verdad opuesta: cuando menor es el desenvolvimiento de esta industria, mayor es la dependencia que se tiene del extranjero, con las graves consecuencias que de estas circunstancias se derivan”.



FUENTE: http://www.agendadereflexion.com.ar/2005/07/31/303-la-mistica-militar-industrial-el-general-manuel-savio-y-el-dia-de-la-siderurgia-nacional/

Savio, el "padre de la siderurgia nacional"

Fue sin duda alguna el padre de la siderurgia argentina. No es que no existieran propuestas en torno a la industria del acero en el país antes de su aparición. En efecto, el general Manuel Nicolás Aristóbulo Savio reconoció a sus mentores. Pero fue él quien impulsó más que ningún otro el proyecto de creación del Plan Siderúrgico Argentino, a fines de la década de 1940.

Nacido el 15 de marzo de 1893, egresado del Colegio Militar como subteniente en 1910 y graduado como ingeniero militar en 1931, ya en 1936 ascendió a coronel y seis años más tarde a general. Heredero de fray Luis Beltrán y continuador de las tesis industrialistas del general Enrique Mosconi, impulsó Savio la creación de la Escuela Superior Técnica, abierta a los oficiales de las armas, pudiendo egresar los primeros ingenieros exclusivamente militares en 1934.

Pocos años más tarde, Savio asumió la conducción de Fábricas Militares, y logró crear en 1941 la Dirección General de Fabricaciones Militares y consiguiendo el permiso para iniciar exploraciones de cobre, hierro, plomo, estaño, manganeso, wolframio, aluminio y berilio, además de largar un programa de prospección geológica en la Antártida. Su idea era clara: "La industria siderúrgica es fundamental, es primordial, la necesitamos como hemos necesitado nuestra libertad política", solía argumentar.

En 1946 consiguió quizás su mayor logro: presentar un proyecto de ley que, un año más tarde, fue aceptado, aprobándose la creación de SOMISA (Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina), privatizada a manos de Techint en la década menemista, y que entonces instaló sus altos hornos en San Nicolás. La ley aprobada, número 12.987, que creó el Plan Siderúrgico Nacional, llevó el nombre de este general desarrollista, que falleció a los 56 años, el 31 de julio de 1948, fecha hoy considerada como el "Día de la Siderurgia".

Fuente: Manuel Savio, “Nota de elevación del Plan Siderúrgico Argentino al Congreso”, en Obras Completas, Buenos Aires, Ed. Somisa, 1973.

"Entendemos que la industrialización del país es imprescindible e impostergable como factor de equilibrio económico social (…) Entendemos también (…) que la industria comúnmente llamada 'pesada' es primordial para desarrollar la de carácter manufacturero (…) y que, por lo tanto, si el país renuncia a contar con ella perderá la oportunidad de ocupar… en el concierto universal el nivel que le corresponde por su potencial moral y material, pues dependerá en forma excesiva de la buena voluntad extraña a sus propios y vitales intereses."


Manuel Savio
Fuente: www.elhistoriador.com.ar

sábado, 26 de noviembre de 2016

El Tractor Pampa


 




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Jorge Oviedo

El Tractor Pampa
El 8 de septiembre de 1948, Perón se trasladó a la localidad santafesina de Esperanza para inaugurar el monumento al agricultor, erigido en la plaza ubicada sobre la calle Alberdi, en su intersección con la Ruta 70, en memoria de los colonos fundadores que dieron origen a la ciudad. En la oportunidad, rodeado por autoridades provinciales y municipales, el primer mandatario anunció a la multitud que se había congregado frente al palco para presenciar la ceremonia, que en breve comenzaría la producción de maquinaria nacional destinada a las labores del campo, La misma iba a cubrir un vacío muy marcado ya que para entonces, la tecnología utilizada, sumamente vetusta y escasa, era importada de los Estados Unidos.


Tractor Pampa

Funcionarios del Ministerio de Agricultura y Ganadería de la Nación pusieron en marcha un vasto plan enviando a través de la Ruta Nacional Nº 9, entre Buenos Aires y la provincia de Córdoba, a un equipo de inspección que debía ingresar en cada uno de los establecimientos rurales que se extendían a lo largo del recorrido, para interiorizarse sobre las necesidades de sus propietarios, indagando especialmente sobre el tipo de tractor que se necesitaba y cuál era el que más rendía. Aquellos hombres tomaron nota rigurosa de cada una de las palabras de los productores y a su regreso se sentaron a evaluar las respuestas para labrar un informe.
El tractor más mencionado fue el Lanz Bulldog D9506 alemán, que se fabricaba en Manheim3, que poseía un motor extremadamente sencillo y rendidor, de un solo cilindro, que funcionaba por autoencendido, y solo requería una lámpara a bomba a kerosene para su calentamiento, previo a la puesta en marcha.
El tractor ofrecía una ventaja única al funcionar con una mezcla de kerosén con aceite usado, e incluso aceite o grasa animal con el que se podía reemplazar tranquilamente al gasoil con el que se movía. Además, su potencia permitía suplir a las viejas calderas de vapor que se usaban para mover las trilladoras estacionarias de trigo lino y era considerablemente maniobrable.

Cuando los técnicos del Ministerio elevaron su informe, las autoridades decidieron traer desde Uruguay dos de aquellos aparatos, para someterlos a un exhaustivo examen y estudiar su rendimiento.
Conducidos a las instalaciones del IAME, en la provincia de Córdoba, los técnicos procedieron a desarmar íntegramente a uno de ellos para someter sus piezas a un análisis riguroso. Inmediatamente después, invitaron a industriales nacionales para que evaluasen la posibilidad de fabricar aquellas partes, prometiéndoles los materiales, herramientas y maquinarias necesarias para ello.
Al segundo tractor se le refaccionó la trompa, se le reemplazó el logotipo de su marca original por el del IAME, se lo pintó de naranja y se lo condujo a Buenos Aires para exhibirlo en marcha durante varios días junto al obelisco.
El 17 de octubre de 1952, fue colocado en un vagón de ferrocarril en la estación Ferreyra y enviado a la Capital Federal donde, una vez montada la muestra, se lo puso en marcha y permaneció varios días bajo una bandera argentina, para demostrar su capacidad y resistencia.

Producción en serie
El ruido de su motor pistoneando se escuchaba desde varias cuadras a la redonda y eso atrajo a miles de personas que entre asombradas y orgullosas, comentaban la novedad y se referían a los logros del régimen. La Argentina era una nación agrícola y estaba produciendo su propia maquinaria.
Menos de cuatro años después, Perón firmó el Decreto Nº 4075 fechado el 11 de agosto de 1952, por medio del cual autorizaba la creación de la Fábrica de Tractores del IAME “…, con la misión de producir por si y en cooperación con la industria privada, tractores íntegramente nacionales”.
Ese decreto y el Nº 8187, rubricado el 7 de octubre del mismo año, establecían convenios y acuerdos de cooperación con la poderosa empresa Fiat para la asistencia técnica que el IAME iba a necesitar inicialmente para poner en marcha el programa.
Nacía el tractor “Pampa”, producido íntegramente en el país, que venía a incorporarse a las 300 unidades Fiat 55 construidas bajo licencia.
Así fue como se levantó una imponente planta industrial contigua a la estación Ferreyra del Ferrocarril General Bartolomé Mitre y se puso manos a la obra de manera inmediata.
Lo primero que salió de planta fue un prototipo y el 31 de diciembre de 1952 se lanzó una preserie de 15 unidades equipadas con motores nacionales IAME de dos tiempos y 55 hp, las que recorrieron diferentes rutas del país, para demostrar las excelencias de su mecánica, arrastrando detrás arados de cuatro rejas con los que se efectuaron exitosas demostraciones.
La Argentina se transformaba en el primer país latinoamericano y en el segundo del continente, en producir sus propios tractores.
En 1953 se inició la producción en serie que llegó a totalizar, en el período 1952/1963, unas 3760 unidades a un precio inicial de $85.000, muy inferior a los costos del mercado.
Las primeras 12 unidades salieron de fábrica el 28 de junio de 1954 y casi enseguida se pusieron a la venta.
Por supuesto que fue necesario corregir algunos defectos, uno de ellos el de la inversión de la marcha, que llegó a provocar varios accidentes, algunos de ellos fatales, especialmente cuando en plena aceleración las vueltas caían y el pistón no llegaba a completar la compresión, motivando que el tractor saliese disparado hacia atrás. Los primeros Pampa provocaron derrumbes de galpones y hasta algunos incendios en el campo al despedir combustible encendido, problema que después de nuevos peritajes, acabaron por ser subsanados.
Sus características generales fueron:

Peso total: 3500 kg.
Potencia: 55 hp
Potencia máxima barra de tiro: 50 hp

VELOCIDADES
3 Velocidades en baja
3 Velocidades en alta
2 Velocidades hacia atrás

DESARROLLO
1ª Marcha de Baja 3,8 km/h.
2ª Marcha de Baja 5,1 km/h.
3ª Marcha de Baja 6,8 km/h.
Marcha atrás Baja 4,9 km/h
1ª Marcha de Alta 12 km/h.
2ª Marcha de Alta 16 km/h.
3ª Marcha de Alta 22 km/h.
Marcha atrás Alta 15 km/h.

DIMENSIONES GENERALES
Trocha: 1473 mm.
Longitud total: 3390 mm.
Distancia entre ejes: 2037 mm.
Ancho total: 1780 mm.
Altura del chasis: 260 mm.

RODADOS
Delanteros: neumáticos 7,50 x 20
Traseros: neumáticos 13,50 x 28

CARACTERISTICAS GENERALES DEL MOTOR
Dos tiempos, monocilíndrico, en disposición horizontal. Semi-Diesel
Diámetro del pistón 225 mm.
Carrera del pistón 260 mm.
Cilindrada geométrica 10.388 cm3
Rpm mínima: 350
Rpm máxima: 750
Presión media efectiva: 3,25 kg/cm2
Diámetro de la polea: 500 mm.
Arranque: a ignición eléctrica y nafta.

Perón seguía asombrando a su pueblo con sus iniciativas de progreso y parecía que la Argentina comenzaba a posicionarse entre las naciones del primer mundo.






Historia del Tractor Pampa







Cercano a los años 50 en Esperanza, ciudad cercana a Santa Fe Capital, la primera colonia agrícola argentina, con lo mucho que ello significa siendo el agro un inclaudicable puntal de nuestra economía. Allí, el entonces General Presidente Juan Perón, hilvano otro capitulo de nuestra eterna novela de odios y amores con Estados Unidos de Norteamérica y de ella nace “EL PAMPA”.

Perón, en un encendido discurso pronunciado, declaro la guerra comercial a los Estados Unidos de Norteamérica. Y fue bien claro, al decir que si los americanos querían pintar sus casas de madera con el aceite de lino que hasta entonces les proveímos, tendrían que traer las mismas a la Argentina... Chanzas aparte, una gran preocupación surgió entre los asistentes, ya que la mayor parte de la maquinaria agrícola era de origen americano, y se dice que los tractores en particular escaseaban, y que era necesario ser afiliado al partido peronista para conseguir uno. Para solucionar el problema el Presidente, anuncio "los fabricaremos en nuestro país, en tres meses estará listo en marcha el primero de una gran serie". Costaba mucho creerlo.

Como a esa altura no se tenia tan siquiera idea de que tractor fabricar, y la promesa estaba lanzada, lo primero que se hizo fue una encuesta...un grupo de expertos recorrió la ruta 9 desde Buenos Aires hasta Córdoba, ingresando a cada establecimiento rural para preguntar cual era el tractor que mejor funcionaba y era mas sencillo de copiar.

El mas votado fue el tractor Lanz Bulldog, de origen Alemán, producido en Mannheim, era también fabricado en Italia por la firma Landini y en Polonia con el nombre de Ursus. Las razones eran varias, ya que se trataba de un motor muy sencillo, de un solo cilindro, que trabajaba por autoencendido y que solo requería un calentamiento previo a la puesta en marcha, para lo que se utilizaba una lámpara a bomba alimentada con kerosén, eliminándose así todo componente eléctrico. Como el combustible Diesel-oíl entonces escaseaba, este tractor también ofrecía la ventaja de aceptar una mezcla preparada con keroséne y aceite usado, y hasta aceite o grasa animal. Su potencia permitía reemplazar también a las viejas calderas de vapor que se utilizaban para mover las trilladoras estacionarias de trigo y lino.

Cuando la encuesta estuvo lista, ya se habían consumido gran parte de los tres meses disponibles, de manera que había que apurar el trámite, decidiéndose entonces importar desde Uruguay dos tractores Lanz. Uno de ellos fue íntegramente desarmado y sus innumerables partes desparramadas en el piso de un galpón desocupado perteneciente a I. A. M. E (Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado), en Córdoba. Todos los industriales con posibilidades de fabricar alguna pieza fueron convocados, y a muchos de ellos se les proveyó de maquinas, materiales y herramientas.

El plazo era imposible de cumplir, claro, pero como el prestigio estaba en juego, algo había que hacer. Es así que al segundo Lanz se le reemplazo la parte frontal, único lugar donde aparecía la marca Lanz, por una fundida y maquinada localmente, que decía "Pampa – I. A. M. E. - Industria Argentina", enmarcada por una insignia que contenía un engranaje atravesado por dos alas. Completado el camuflaje al reemplazar el color azul por un llamativo anaranjado, entonces el 7 de octubre de 1952 fue puesto en marcha el primer Pampa, se lo llevo a Buenos Aires, y se lo mantuvo en marcha durante varios días al pie del Obelisco, al lado de una bandera Argentina. El pueblo, ajeno a este proceso, una vez mas se asombraba. El 31 de diciembre del mismo año se completaron 15 unidades que salieron a recorrer el país, en carácter experimental, arrastrando un arado de cuatro rejas, Efectuando exitosas demostraciones.

Luego se instalo una fabrica en una nueva planta en Estación Ferreira, el 28 de junio de 1954 efectúa su primera entrega de tractores para su comercialización, compuesta de 12 unidades.

I.A.M.E. luego del golpe militar de 1955 cambia su nombre a DINFIA (DIrección Nacional de Fabricaciones e Investigaciones Aeronáuticas).

La cantidad de tractores Pampa fabricados desde 1952 hasta 1963 es de 3760 unidades, que se vendieron a un precio inicial de $ 85.000,o llegando luego a los $ 326.000,o; inflación mediante. De todos modos, el precio estaba debajo del costo.


Publicado por Antonio Abel

FUENTE: http://tractorpampa.blogspot.com.ar/


jueves, 24 de noviembre de 2016

EL 22 DE NOVIEMBRE DE 1949 PERÓN ESTABLECIÓ LA GRATUIDAD DE LA ENSEÑANZA UNIVERSITARIA





Así los hijos de los obreros dejaron de estar excluidos por razones económicas del acceso a la educación superior.
EL 22 DE NOVIEMBRE DE 1949 PERÓN ESTABLECIÓ LA GRATUIDAD DE LA ENSEÑANZA UNIVERSITARIA
Por Fernando Del Corro*

La herencia de Manuel Belgrano. 
El 22/11/49 mediante el decreto 29.337/49 el entonces presidente Juan Domingo Perón estableció la enseñanza gratuita en las universidades nacionales, las únicas que existían en el país por aquellos tiempos.


Por Fernando Del Corro*
NAC&POP
24/11/2012

El 22 de noviembre de 1949 mediante el decreto 29.337/49 el entonces presidente Juan Domingo Perón estableció la enseñanza gratuita en las universidades nacionales, las únicas que existían en el país por aquellos tiempos.

Desde la Reforma Universitaria de 1918 se habían realizado muchos cambios en el manejo de la actividad académica a través del régimen autonómico establecido, el que hasta se ha llegado a utilizar contra las propias leyes de la Nación.

Sin embargo la RU no incluyó la gratuidad de la educación superior.

Los mayores derechos adquiridos por los estudiantes en esa histórica lucha fueron para los mismos que podían seguir pagando los aranceles ya que no se incluyó a aquellos que por carecer de los recursos indispensables estaban limitados para acceder a los claustros académicos.

Desde entonces, pasados 63 años, los pobres también pudieron estudiar en las universidades que ya sólo fueron aranceladas otra vez durante un breve período bajo la dictadura del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.

Así los hijos de los obreros dejaron de estar excluidos por razones económicas del acceso a la educación superior.

Sin embargo en el imaginario colectivo la gratuidad de la enseñanza universitaria estaba vinculada con aquella lucha histórica de los estudiantes de la Universidad Nacional de Córdoba encabezada por Deodoro Roca, Arturo Orgaz e Ismael Casiano Bordabehere, entre otros.

El golpe de estado de septiembre de 1955 contra Perón de la también autodenominada Revolución Libertadora dejó las cosas como estaban pero desde entonces el decreto de Perón pasó al olvido.

Como otras tantas cosas que se han enviado al arcón de lo ocultado a una parte de la población argentina a la que no conviene hacerlo saber.

Una historia argentina –y también mundial- que a las figuras significativas las recorta o endiosa a gusto de ciertos intereses.

José Francisco de San Martín fue nada mas que El Santo de la Espada, el gran militar que liberó a Chile y el Perú y que no siguió porque el malo de Simón Bolívar se impuso en el encuentro de Guayaquil, no porque desde el gobierno de Buenos Aires se le recortaron todos los recursos por decisión de Bernardino Rivadavia, el mismo que impulsara las independencias de Bolivia y el Uruguay y que endeudara el país con la Baring Brothers, “El más grande hombre civil de la tierra de los argentinos”, al decir de Bartolomé Mitre.

En todo caso San Martín, ya de viejo, escribió las Máximas para su hija y se equivocó cuando le donó su espada a Juan Manuel de Rosas.

No se sabe de él que era proteccionista en términos económicos, que era partidario de una monarquía aborigen y gran admirador del Inca Garcilaso de la Vega, que recibió la oferta de los revolucionarios belgas en 1929 de ponerse al frente de su ejército, o que fue consultado sobre política latinoamericana por el rey burgués Luis Felipe de Orleans y que hasta acompañó a éste a recibir en Francia la repatriación de los restos de Napoleón Bonaparte.

Y menos se quiere aceptar que se le practique un ADN a sus propios restos que demuestre que era hijo de una indígena.

Por lo tanto difundir en los recintos universitarios que esa gratuidad de la que disfrutamos todos los que estudiamos y nos formamos en los mismos, como el fundador de Ambito Financiero, Julio Alfredo Ramos, era fruto de una decisión de Juan Perón no era algo políticamente correcto.

Mejor era hacer creer que era otra herencia de la RU como que todo lo atinente al desarrollo educativo del país era una exclusividad de Domingo Faustino Sarmiento, que mucho hizo en la materia más allá de sus groseros errores en otros rubros.

Sin embargo la Ley 1.420 de educación primaria gratuita y obligatoria fue promulgada por el entonces presidente Julio Argentino Roca, cuya gestión, en otras áreas también tuvo varios claro-obscuros.

Pero si hubo alguien que desde los albores de la Independencia Nacional, y aún antes, tuvo en claro la necesidad de profundizar la enseñanza desde las primeras etapas de la vida hasta los niveles del conocimiento superior, para lo cual la misma debía ser gratuita y solventada por el estado fue Manuel José Joaquín del Sagrado Corazón de Jesús Belgrano de quién sólo se recuerda su autoría de la bandera nacional a la que con el tiempo se le hicieron cambios que recién comenzaron a ser revertidos en los últimos años.

Belgrano fue muchas otras cosas, como un gran militar, o como el primer gran economista argentino, seguidor de las ideas del vasco Valentín Tadeo de Foronda, el mismo que también inspirase al presidente estadounidense Thomas Jefferson.

Belgrano se anticipó a todos los otros grandes economistas argentinos como Pedro Ferré, Mariano Fragueiro, Jean Silvio Gesell, Ernesto Thornquist, Rafael Herrera Vegas y Alejandro Ernesto Bunge, entre ellos.

Belgrano, a quién el historiador Ricardo Elorza Villamayor calificó “el alma de la Revolución” de Mayo, no sólo testó los dineros que el país le dio como recompensa por sus esfuerzos para la puesta en marcha de cuatro escuelas –lo cual se cumplió un siglo y medio después- sino que desde su regreso al país tras sus estudios en España se empeñó en elevar la educación de la población.

Tenía 24 años cuando el 2 de junio de 1794 se hizo cargo del Consulado.

Desde entonces propició la creación de escuelas públicas donde pudiesen estudiar pobres y ricos, europeos y aborígenes, niños de toda condición, y otras para mujeres, hasta entonces marginadas.

También impulsó, entre varias más, la creación de la Escuela de Dibujo y Arquitectura y la Escuela de Comercio y Náutica, de la que surgieron el general Lucio Norberto Mansilla, el autor de la música del Himno Nacional, Vicente López y Planes, el gobernador Juan José Viamonte y Nicolás Rodríguez Peña, además de muchos más que luego sirvieron a la patria.

En ese sentido señaló Belgrano en marzo de 1796, en la Memoria del Consulado que “La educación es un fin y un medio para obtener la felicidad del pueblo; las escuelas deben ser gratuitas e inspirar el amor al trabajo”.

El decreto de Perón de 1949 vino, entonces, a insertarse en ese pensamiento.


*Docente en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires y miembro del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego.

FUENTE: http://nacionalypopular.com/2012/11/24/el-22-de-noviembre-de-1949-peron-establecio-la-gratuidad-de-la-ensenanza-universitaria/

martes, 15 de noviembre de 2016

Provincia del Chaco: UNA CONSTITUCIÓN TABÚ



Hasta el año 1951, la actual provincia del Chaco, debido a su escasa población, no revestía el status jurídico de provincia si no el de “Territorio Nacional”. Recién en dicho año esa porcion de suelo argentino se incorporó a la vida institucional de la Republica con el carácter de provincia.

Apenas concretada la provincialización de aquel territorio, el Poder Ejecutivo nacional llamó a comicios generales para elegir representantes a una Asamblea constituyente encargada de elaborar la Constitución que regiría los destinos de la nueva provincia.

En esas elecciones resultó triunfador el partido Justicialista, y por ende la mayoría de los convencionales electos fueron hombres provenientes del movimiento obrero peronista. Su presidente fue el Dr Julio De Nicola, y el vice, el dirigente obrero Jose Demetrio Sepúlveda.


El primer acto de dicha Convención Constituyente fue denominar a la nueva provincia “Presidente Peron”.

Mas allá de esta polémica decisión, la Convención dictó una Constitución Provincial en muchos aspectos modélica, que no solo se inspiró en los sabios principios consagrados en la Constitución Nacional de 1949, en cuanto a los aspectos sociales y económicos; si no que además avanzó hacia una reforma del sistema representativo, con miras a terminar con el monopolio de la representatividad ejercido por la partidocracia.

En efecto, esta Constitución provincial, sancionada el 22 de diciembre de 1951, en su art. 33, referido a la composición del Poder Legislativo estableció que el mismo estaría conformado por miembros que en su mitad serian representantes elegidos por los ciudadanos a través de los partidos políticos; mientras que la otra mitad de los miembros de dicho Poder serian elegidos por aquellas personas que formen parte de los cuerpos intermedios de la sociedad reconocidos legalmente.

El articulo mencionado dice textualmente lo siguiente: “El Poder Legislativo se ejercerá por una Cámara de Representantes cuyo número será de uno por cada catorce mil quinientos habitantes o fracción que no baje de siete mil quinientas. Después de la realización de cada censo general, la Legislatura fijará la representación con arreglo a aquél, pudiendo aumentar, pero no disminuir el número de legisladores.

La mitad de la representación será elegida por el pueblo de la provincia, dividida ésta en tantas circunscripciones como número de legisladores componga esa mitad.
La otra mitad de los representantes será elegida por los ciudadanos que pertenezcan a las entidades profesionales que se rigen por la ley nacional de asociaciones profesionales, debiendo estar integrada la lista de candidatos con miembros de dichas entidades, dividida igualmente la provincia en tantas circunscripciones como número de legisladores compongan esa mitad.”

Como se ve, con esta disposición de clara tendencia corporativista –aunque imperfecta aun- el sistema representativo demoliberal quedó fuertemente acotado y mitigado, abriéndose así la puerta a un sistema representativo verdaderamente legitimo, de carácter natural y orgánico.

Si bien en la práctica lo dispuesto por los convencionales chaqueños no se llegó a aplicar, lo legislado quedó como un peligroso y molesto antecedente para el Régimen o Sistema de Dominación. No ha de extrañar entonces que esta interesante y revolucionaria Constitución provincial haya pasado a ser un texto tabú y literalmente “desaparecido” en nuestra legislación constitucional.

Ante la patética crisis política en la que vivimos sumergidos los argentinos, con dirigentes políticos que no son mas que una banda de delincuentes vendepatrias, y ante la gravísima crisis terminal que avizoramos, no esta de mas que los nacionalistas traigamos a colación este texto legal pleno de virtualidades positivas.

Dr. Edgardo A. Moreno-


martes, 1 de noviembre de 2016

31 DE OCTUBRE DE 1940: NACE EL PERONISTA REVOLUCIONARIO CARLOS CARIDE.






Carlos Caride, gran luchador por la Liberación Nacional,
su larga trayectoria y compromiso militante.



Nació en Buenos Aires, en el seno de una familia de modestos recursos del barrio de San Telmo.
Desde adolescente se incorporó a la militancia peronista participando de “la resistencia” contra la dictadura cívico militar instalada en 1955. Con 14 años, ese 16 de setiembre, estuvo entre quienes acudieron a la Plaza de Mayo en defensa del gobierno de Juan Domingo Perón.
Trabajó como mensajero en el Correo a los 15 años y hacia fines de 1957 se incorporó al Comando Centro, que se reunía en la esquina de Corrientes y Esmeralda y realizaban acciones contra la dictadura autodenominada “Revolución Libertadora”, primero con panfletos y manifestaciones relámpagos, y luego la cuestión se radicalizaría.
Se hizo guerrillero urbano e integró comandos clandestinos con Jorge Rulli, Envar El Kadri, Héctor Spina y Gustavo Rearte, entre otros, colocando “caños” (bombas caseras) y tiroteándose a menudo con “comandos civiles” de la “fusiladora”.
Después de la elección presidencial –y con la “ayuda” del peronismo proscripto- de Arturo Frondizi continuó con las acciones de la resistencia; cuando se forma la Mesa Directiva de la Juventud Peronista (Jotapé) a fines de 1961 es nombrado responsable de seguridad.
Por esa época el grupo tiene relación con otras agrupaciones que habían elegido la vía de la lucha armada como los Uturuncos, un foco guerrillero rural peronista cuya primera acción fue el asalto a la comisaría de Frías (segunda población de importancia en la provincia de Santiago del Estero) el 25 de diciembre de 1959 pero que, mal entrenado y carente de apoyo entre la población, quedó desbaratado en poco tiempo por las fuerzas de seguridad. También con el general Miguel Ángel Iñiguez, un exmilitar peronista que preparó un golpe de estado para el mes de noviembre de 1960, que fracasó antes de estallar.
Participa en Trinchera, el primer órgano periodístico de la Juventud Peronista. Luego, motivo de un episodio confuso en que muere un estudiante, es condenado a seis años de prisión. “Es la primera de una larga serie de caídas en prisión”, dice alguno de sus pocos biógrafos. En esa época, Caride despega de sus inclinaciones derechistas de la juventud que lo habían acercado a Tacuara y se desplaza a una posición de izquierda del peronismo, bajo la influencia de Juan José Hernández Arregui.
Cuando recupera la libertad, es herido gravemente en un enfrentamiento con la Policía, logrando apenas salvar su vida (1968). Desde 1967, trabaja políticamente con El Kadri y participa de la creación de las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas), manteniendo asimismo una fuerte relación con el mayor Bernardo Alberte. En 1969, al realizarse un allanamiento, en un tiroteo donde muere un oficial, vuelve a ser detenido y torturado. Su acercamiento a la FAP implica asumir algunas críticas a Perón, pero no participa del grupo del Peronismo de Base que se niega a votar a Cámpora en 1973. La amnistía del 25 de mayo de 1973 le permite recuperar la libertad, pero por poco tiempo, pues desde la derecha peronista se fragua, en su contra, un atentado contra Perón que habrían armado Caride junto con Troxler y El Kadri, que trata de acusar a sindicalistas como Jorge Fernando Di Pasquale, Sebastián Borro y Andrés Framini, hecho que lo devuelve a la cárcel.
Más tarde, junto a Cacho (El Kadri), lanza las FAP 17, que luego se unifican con Montoneros. El 1° de mayo de 1974, Caride conduce una de las columnas que se manifiesta crítica al presidente Perón. Poco después, ya muerto Perón, Caride asiste al velatorio de su amigo Troxler y luego vuelve a la clandestinidad. Bajo la dictadura cívico militar es baleado y muere el 27 de mayo de 1976 en la localidad de Haedo, en un enfrentamiento con la policía cuando intentaba apoderarse de armas.Su vida fue una entrega permanente a la causa del pueblo, con un coraje sin límites y una perseverancia dispuesta a sobrellevar todas las dificultades a tal punto que puede considerárselo como uno de los personajes más representativos de la militancia y la resistencia peronista.

 FUENTE: http://profesor-daniel-alberto-chiarenza.blogspot.com.ar/2016/10/31-de-octubre-de-1940-nace-el-peronista.html

lunes, 19 de septiembre de 2016

Revolución fusiladora: Historia de una traición


LA FLOTA DE MAR AL ATAQUE

El crucero "9 de Julio" bombardea posiciones en Mar del Plata

Hasta la noche del día 18, nadie sabía donde se encontraba la Flota de Mar. La misma, que al momento del estallido se hallaba fondeada en Puerto Madryn, estaba formada por los cruceros “17 de Octubre” y “La Argentina”, los destructores “Buenos Aires”, “San Luis”, “ Entre Ríos” y “San Juan”; las fragatas “Hércules”, “Heroína” y “Sarandí”, el buque de salvamento “Charrúa” y el buque taller “Ingeniero Iribas”, de los que eran comandantes los capitanes de navío Fermín Eleta y Adolfo Videla; los capitanes de fragata Eladio Vázquez, Benigno Varela, Aldo Abelardo Pantín, Mario Pensotti, Pedro Arhancet, Leartes Santucci y César Goria, el capitán de corbeta Marco Bence y el capitán de fragata Jorge Mezzadra respectivamente.
El vicealmirante Juan C. Basso comandaba la Flota desde su nave insignia, el “17 de Octubre”, asistido por el contralmirante Néstor Gabrielli, comandante de la Fuerza de Cruceros, a bordo de “La Argentina”, el capitán de navío Raimundo Palau, comandante de la Escuadrilla de Destructores, a bordo del “Entre Ríos” y el capitán de navío Agustín Lariño, comandante de la División de Fragatas, a bordo del “Hércules”. En el “17 de Octubre”, viajaban también el jefe de Operaciones, capitán de fragata Enrique Gunwaldt y el capitán de navío Raúl Elsegood, jefe del Estado Mayor.

La primera señal del alzamiento llegó a la Flota a las 08.22 del 16 de septiembre, cuando el vicealmirante Basso recibió un comunicado del Comando de Operaciones Navales imponiéndolo de los últimos acontecimientos. Dos horas y media después (11.00), oficiales rebeldes encabezados por el capitán de navío Agustín P. Lariño y el capitán de fragata Aldo Pantín, se reunieron a bordo del “Hércules” para iniciar el amotinamiento y hacerse cargo de la Flota.

De acuerdo a lo planeado, Grunwaldt, secundado por el capitán Manuel Rodríguez, el jefe de Comunicaciones, capitán Félix E. Fitte y el teniente de navío Rodolfo Fasce, se trasladó hasta el “17 de Octubre” con la misión de reducir a su comandante y a los capitanes Raúl Elsewood y Fermín Eleta, quienes a punta de pistola, fueron encerrados en un camarote, bajo la custodia del teniente Ricardo Bustamante. Refiere Ruiz Moreno que en esos momentos, el teniente de navío José A. Lagomarsino procedió a arrancar los cables de los teléfonos internos, incomunicando de ese modo a los elementos leales que se encontraban a bordo.
Minutos después, el capitán de fragata Carlos A. Borzone informaba desde “La Argentina” que la situación en el buque se hallaba bajo control, al igual que en el “Buenos Aires”, el “Entre Ríos” y el resto de las unidades. En el primero, el contralmirante Gabrielli fue reducido por el capitán Videla; en el “Entre Ríos” su comandante, el capitán Vázquez detuvo a su segundo y a un teniente y en el último, el capitán Pantín hizo lo propio con el capitán Palau, jefe de la Escuadrilla de Destructores.
Un hecho confuso se produjo en la nave insignia cuando se hizo presente el capitán Lariño procedente del “Hércules”. Sospechando de su persona, el capitán Grunwaldt mandó detenerlo, ignorando que se trataba de un declarado partidario de la revolución y lo hizo encerrar en el camarote del comandante. El capitán Alberto Tarelli debió interceder para aclarar el asunto, logrando su inmediata liberación. Como explica Ruiz Moreno, Lariño permaneció a bordo del “17 de Octubre”, como oficial de comando táctico y ya no regresó al “Hércules”.

Antes de zarpar, Lariño ordenó trasladar a los oficiales detenidos al “Ingeniero Iribas”, que en esos momentos se hallaba amarrado en el muelle de Puerto Madryn y sumamente apenado por la situación de su superior, el vicealmirante Basso, a quien estimaba y respetaba profundamente ordenó que, al momento de abandonar la nave, le fueran rendidos honores de comandante.
Basso era un hombre leal, un verdadero caballero, esclavo del reglamento y de las disposiciones superiores, razón por la cual, mantuvo su lealtad al gobierno pese a que discrepaba con él en muchos aspectos. Fueron numerosos los oficiales que se conmovieron cuando lo vieron abandonar la embarcación, entre ellos el propio Lariño, que se quedó observando de lejos cuando el vicealmirante ordenó arriar su insignia1.

Poco después de sublevada la flota, aterrizó en Puerto Madryn el avión Catalina que transportaba a los oficiales que los comandantes Perren y Rial habían enviado para hacerse cargo: capitanes de navío Carlos Bruzzone, Mario Robbio y Luis Mallea; capitanes de fragata Raúl González Vergara y Recaredo Vázquez y teniente de navío Benjamín Oscar Cosentino. Una vez en tierra, fueron llevado a bordo y allí se los impuso de los últimos acontecimientos.
Robbio fue designado jefe del Estado Mayor, Vázquez y González Vergara sus asistentes, Mallea, jefe de la Escuadrilla de Destructores y Bruzzone comandante del “17 de Octubre”. Como comandante de la Armada continuó al mando Lariño y el resto de la oficialidad siguió ocupando sus cargos.

Tras ordenar a la Escuadra de Destructores su inmediato regreso a Puerto Madryn, el comando de la flota procedió a informar a las tripulaciones que todo aquel que se sintiera obligado a mantener su lealtad al gobierno nacional y no quisiera luchar en su contra, podía desembarcar con la tranquilidad de que no se tomarían medidas en su contra. De 6000 efectivos embarcados, solo 85 lo hicieron, la mayoría de ellos conscriptos. Dos oficiales, Félix Darquier y Alcides Cardozo, siete cabos y dos marineros, se hallaban entre ellos y en esa postura abandonaron la flota, cuando un remolcador especialmente designado para esa tarea, pasó a recogerlos por cada una de las unidades navales.

La Flota estaba sublevada y en tales condiciones, levó anclas y zarpó hacia el norte, dividida en dos grupos. El grueso de la misma enfiló hacia el Río de la Plata con el “17 de Octubre” a la cabeza y el resto, los destructores “San Luis”, “Entre Ríos”, “Buenos Aires” y “San Juan”, rumbo a Puerto Belgrano.

Pasado el medio día del 18 de septiembre, la Armada navegaba hacia el norte a máxima velocidad y en silencio de radio. Sus tripulantes experimentaban una emoción indescriptible y mucha confusión también. La Marina de Guerra se hacía a la mar para entrar en conflicto por primera vez en lo que iba del siglo, ya que no lo hacía desde la revolución de 1893, cuando el combate de “El Espinillo” y eso tenía su significado. Era el momento esperado por todos, pese a que había algo que no los terminaba de convencer: el conflicto era entre hermanos y eso repercutía en el ánimo de los marinos. Había muerto mucha gente a esa altura y muchos se preguntaban cuantos más sucumbirían.

Hasta la noche del día 18, nadie sabía donde se encontraba la Flota de Mar. La misma, que al momento del estallido se hallaba fondeada en Puerto Madryn, estaba formada por los cruceros “17 de Octubre” y “La Argentina”, los destructores “Buenos Aires”, “San Luis”, “ Entre Ríos” y “San Juan”; las fragatas “Hércules”, “Heroína” y “Sarandí”, el buque de salvamento “Charrúa” y el buque taller “Ingeniero Iribas”, de los que eran comandantes los capitanes de navío Fermín Eleta y Adolfo Videla; los capitanes de fragata Eladio Vázquez, Benigno Varela, Aldo Abelardo Pantín, Mario Pensotti, Pedro Arhancet, Leartes Santucci y César Goria, el capitán de corbeta Marco Bence y el capitán de fragata Jorge Mezzadra respectivamente.
El vicealmirante Juan C. Basso comandaba la Flota desde su nave insignia, el “17 de Octubre”, asistido por el contralmirante Néstor Gabrielli, comandante de la Fuerza de Cruceros, a bordo de “La Argentina”, el capitán de navío Raimundo Palau, comandante de la Escuadrilla de Destructores, a bordo del “Entre Ríos” y el capitán de navío Agustín Lariño, comandante de la División de Fragatas, a bordo del “Hércules”. En el “17 de Octubre”, viajaban también el jefe de Operaciones, capitán de fragata Enrique Gunwaldt y el capitán de navío Raúl Elsegood, jefe del Estado Mayor.

La primera señal del alzamiento llegó a la Flota a las 08.22 del 16 de septiembre, cuando el vicealmirante Basso recibió un comunicado del Comando de Operaciones Navales imponiéndolo de los últimos acontecimientos. Dos horas y media después (11.00), oficiales rebeldes encabezados por el capitán de navío Agustín P. Lariño y el capitán de fragata Aldo Pantín, se reunieron a bordo del “Hércules” para iniciar el amotinamiento y hacerse cargo de la Flota.

De acuerdo a lo planeado, Grunwaldt, secundado por el capitán Manuel Rodríguez, el jefe de Comunicaciones, capitán Félix E. Fitte y el teniente de navío Rodolfo Fasce, se trasladó hasta el “17 de Octubre” con la misión de reducir a su comandante y a los capitanes Raúl Elsewood y Fermín Eleta, quienes a punta de pistola, fueron encerrados en un camarote, bajo la custodia del teniente Ricardo Bustamante. Refiere Ruiz Moreno que en esos momentos, el teniente de navío José A. Lagomarsino procedió a arrancar los cables de los teléfonos internos, incomunicando de ese modo a los elementos leales que se encontraban a bordo.

Minutos después, el capitán de fragata Carlos A. Borzone informaba desde “La Argentina” que la situación en el buque se hallaba bajo control, al igual que en el “Buenos Aires”, el “Entre Ríos” y el resto de las unidades. En el primero, el contralmirante Gabrielli fue reducido por el capitán Videla; en el “Entre Ríos” su comandante, el capitán Vázquez detuvo a su segundo y a un teniente y en el último, el capitán Pantín hizo lo propio con el capitán Palau, jefe de la Escuadrilla de Destructores.
Un hecho confuso se produjo en la nave insignia cuando se hizo presente el capitán Lariño procedente del “Hércules”. Sospechando de su persona, el capitán Grunwaldt mandó detenerlo, ignorando que se trataba de un declarado partidario de la revolución y lo hizo encerrar en el camarote del comandante. El capitán Alberto Tarelli debió interceder para aclarar el asunto, logrando su inmediata liberación. Como explica Ruiz Moreno, Lariño permaneció a bordo del “17 de Octubre”, como oficial de comando táctico y ya no regresó al “Hércules”.

Antes de zarpar, Lariño ordenó trasladar a los oficiales detenidos al “Ingeniero Iribas”, que en esos momentos se hallaba amarrado en el muelle de Puerto Madryn y sumamente apenado por la situación de su superior, el vicealmirante Basso, a quien estimaba y respetaba profundamente ordenó que, al momento de abandonar la nave, le fueran rendidos honores de comandante.
Basso era un hombre leal, un verdadero caballero, esclavo del reglamento y de las disposiciones superiores, razón por la cual, mantuvo su lealtad al gobierno pese a que discrepaba con él en muchos aspectos. Fueron numerosos los oficiales que se conmovieron cuando lo vieron abandonar la embarcación, entre ellos el propio Lariño, que se quedó observando de lejos cuando el vicealmirante ordenó arriar su insignia1.

Poco después de sublevada la flota, aterrizó en Puerto Madryn el avión Catalina que transportaba a los oficiales que los comandantes Perren y Rial habían enviado para hacerse cargo: capitanes de navío Carlos Bruzzone, Mario Robbio y Luis Mallea; capitanes de fragata Raúl González Vergara y Recaredo Vázquez y teniente de navío Benjamín Oscar Cosentino. Una vez en tierra, fueron llevado a bordo y allí se los impuso de los últimos acontecimientos.
Robbio fue designado jefe del Estado Mayor, Vázquez y González Vergara sus asistentes, Mallea, jefe de la Escuadrilla de Destructores y Bruzzone comandante del “17 de Octubre”. Como comandante de la Armada continuó al mando Lariño y el resto de la oficialidad siguió ocupando sus cargos.
Tras ordenar a la Escuadra de Destructores su inmediato regreso a Puerto Madryn, el comando de la flota procedió a informar a las tripulaciones que todo aquel que se sintiera obligado a mantener su lealtad al gobierno nacional y no quisiera luchar en su contra, podía desembarcar con la tranquilidad de que no se tomarían medidas en su contra. De 6000 efectivos embarcados, solo 85 lo hicieron, la mayoría de ellos conscriptos. Dos oficiales, Félix Darquier y Alcides Cardozo, siete cabos y dos marineros, se hallaban entre ellos y en esa postura abandonaron la flota, cuando un remolcador especialmente designado para esa tarea, pasó a recogerlos por cada una de las unidades navales.
La Flota estaba sublevada y en tales condiciones, levó anclas y zarpó hacia el norte, dividida en dos grupos. El grueso de la misma enfiló hacia el Río de la Plata con el “17 de Octubre” a la cabeza y el resto, los destructores “San Luis”, “Entre Ríos”, “Buenos Aires” y “San Juan”, rumbo a Puerto Belgrano.

Pasado el medio día del 18 de septiembre, la Armada navegaba hacia el norte a máxima velocidad y en silencio de radio. Sus tripulantes experimentaban una emoción indescriptible y mucha confusión también. La Marina de Guerra se hacía a la mar para entrar en conflicto por primera vez en lo que iba del siglo, ya que no lo hacía desde la revolución de 1893, cuando el combate de “El Espinillo” y eso tenía su significado. Era el momento esperado por todos, pese a que había algo que no los terminaba de convencer: el conflicto era entre hermanos y eso repercutía en el ánimo de los marinos. Había muerto mucha gente a esa altura y muchos se preguntaban cuantos más sucumbirían.
Para no ser detectada, la flota navegó en el más completo silencio de radio en tanto a bordo, más de un marino especulaba con varias hipótesis, le peor que al pasar de largo por Puerto Belgrano, se decidiese un ataque masivo sobre Bahía Blanca, Punta Alta y las bases rebeldes.

Puente de mando del crucero "17 de Octubre"
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima) 


Lo que preocupaba a sus mandos era la imposibilidad de establecer contacto con la Escuadra de Ríos debido a que los códigos se habían extraviado y sin ellos, las comunicaciones iban a ser descifradas y el plan de operaciones descubierto.
Dos días después, la Flota de Mar llegaba al pontón “Recalada”, y se unía a la Escuadra de Ríos.
Una vez dentro del estuario, el rastreador “Robinson” se aproximó al “17 de Octubre” llevando a bordo al capitán de navío Carlos Sánchez Sañudo quien se apresuró a pasar a su cubierta, para saludar alborozado a su comandante, el capitán Bruzzone. Desde el puente de mando, Sánchez Sañudo llamó al almirante Rojas y minutos después, el gran crucero, nave insignia de la Armada Argentina, pasó frente al “Murature” con su tripulación formada en cubierta, disparando las diecisiete salvas de saludo en honor a quien, a partir de ese momento, asumía el mando total de la Flota unificada. Detrás del gran crucero hizo lo propio “La Argentina”, también con sus tripulantes en cubierta, mientras arrojaba gruesas columnas de humo, por sus chimeneas.
Como relata Ruiz Moreno, “…17 secos estampidos de cañón afirmaban la subordinación de la Flota a su nuevo comandante”.
Rojas, emocionado, contemplaba la escena desde el patrullero, acompañado por el general Uranga y su plana mayor de oficiales de Marina y Ejército, viviendo lo que, según sus palabras, fue el momento más sublime de su vida y el punto más alto de su carrera. El orgullo lo embargaba y la emoción insuflaba nuevos bríos a su persona.
Esa misma mañana, con el viento azotando las cubiertas de las embarcaciones, el almirante Rojas pasó al “17 de Octubre”, izando su insignia en el palo mayor y a las 11.45, emitió el siguiente comunicado: “Se ha efectuado reunión de la Flota de Mar con la Escuadra de Ríos. Asumo comando en Jefe”. Quince minutos después, anunció por radio el bloqueo de los puertos y el estado de beligerancia de la escuadra.

Eran las 18.00 del 16 de septiembre, los destructores “San Luis” y “Entre Ríos” entraron en Puerto Belgrano y atracaron junto al muelle principal. Muy cerca, el “9 de Julio” terminaba su alistamiento para zarpar al día siguiente y unirse a la Flota. A las 22.00 hicieron su arribo el “Buenos Aires” y el “San Juan” y poco después hicieron lo propio otras unidades.
En el “Entre Ríos” viajaba detenido el capitán Palau, que una vez en puerto, fue conducido al “Moreno” junto al cabo principal Aníbal López, de conocida filiación peronista, quedando ambos encerrados junto al resto de los prisioneros.
De los destructores mencionados se descargaron torpedos y cargas de profundidad y, acto seguido, se los proveyó de munición adecuada y víveres. En plena noche, después de seis horas de intenso trabajo, los operarios navales finalizaron la provisión de combustible, mientras el “9 de Julio” era dotado de la munición necesaria para abastecer a cada una de las unidades de la Flota. Puesta a prueba su maquinaria, la central de tiro y la antena del palo, todo estuvo listo para partir. El comando de la unidad quedó a cargo del capitán de navío Bernardo Benesch, con el capitán de fragata Alberto M. de Marotte como su segundo y el capitán de fragata Raúl Francos como jefe de Artillería.

Enterado el gobierno de la reunión de la Armada en el Río de la Plata, se dispuso un ataque a cargo de la Fuerza Aérea, dado su exitosa acción sobre la Escuadra de Ríos el día 16. Por ese motivo, almirante Luis J.
Cornes, ministro de Marina, tomó contacto con el capitán de fragata Crexell, imponiéndolo de la decisión. El ministro ordenó al aviador se dirigiese inmediatamente a la Base Aérea de Morón desde la que operaban los Avro Lincoln, donde un amigo suyo, el comodoro Luis A. Lapuente, lo esperaba para planificar la misión.

Se le propusieron a Crexell dos alternativas: atacar la Base Espora, neutralizando de ese modo a la Aviación Naval que operaba desde allí sobre unidades del Ejército o hacer lo propio contra la Flota, todo un símbolo en manos rebeldes. Crexell no lo dudó, porque creía que la Escuadra representaba un peligro mucho mayor, con su poder de fuego amenazando a la misma Buenos Aires. Según su opinión, era mucho más conveniente preservar intacta la base del sur y hostigar a los buques que amenazaban a la capital.
Crexell y Lapuente se encontraron en la base, donde el segundo estudiaba un plan de ataque y se pusieron de acuerdo en que lo más acertado era incursionar sobre la flota. Estaban seguros del éxito porque los buques de gran calado se habían internado demasiado en aguas del Plata y ello les impediría maniobrar adecuadamente cuando estuviesen bajo ataque. Un hecho de importancia vino a confirmar que las unidades de mar eran el blanco adecuado cuando el Servicio de Informaciones Navales descifró las claves de Puerto Belgrano poniendo al tanto al Comando de Represión al tanto de las comunicaciones rebeldes.Por entonces, las radios insurrectas propalaban la noticia de que a las 12.00 de ese día, la Armada iba a bombardear Buenos Aires, y eso obligó a las emisoras estatales a desmentir apresuradamente la noticia, minimizando el poder de las fuerzas enemigas.

El 17 por la mañana, el crucero “9 de Julio” y los destructores “Buenos Aires”, “San Luis”, “San Juan” y “Entre Ríos” se hicieron a la mar, poniendo proa directamente hacia el Río de la Plata. A la mañana siguiente, el almirante Rojas dialogaba en la sala de mando con el capitán de corbeta Andrés Tropea, cuando un comunicado urgente del general Lonardi lo impuso de la difícil situación que atravesaban las tropas revolucionarias en Córdoba.
Comprendiendo la gravedad, Rojas convocó a su Estado Mayor y después de ponerlo al tanto de lo que acontecía, dispuso llevar a cabo una medida de fuerza tendiente a aliviar la presión sobre las posiciones rebeldes. Se decidió bombardear los tanques de combustible de Mar del Plata, la Base de Submarinos y el Regimiento de Artillería Antiaérea de Camet si aquellas unidades no aceptaban plegarse a la revolución, medida solicitada oportunamente por Puerto Belgrano.

A las 17.11 del 18 de septiembre el crucero “17 de Octubre” cursó la siguiente directiva a su gemelo, el “9 de Julio”: “Destruir depósitos de petróleo y nafta de Mar del Plata, previo aviso a la población”. Dos horas después (19.02), la Escuadra de Destructores recibió un nuevo despacho: “… destruir tanques de petróleo de Mar del Plata y bombardear Regimiento antiaéreo”.
Encabezando al grupo de destructores, el “9 de Julio” desvió su rumbo y enfiló hacia los objetivos.

A poco de recibida la orden, ocurrió un hecho inesperado que vino a tensionar los ánimos en el “9 de Julio”. El cabo principal Miguel Spera, sabiendo que la flota atacaría Mar del Plata, intentó amotinar a la tripulación, atacando a un oficial. Fue muerto de un disparo cuando el reloj de a bordo daba las 22.30 y mientras su cuerpo era sacado de la Sala de Máquinas, diez efectivos sospechosos fueron arrestados y encerrados en un camarote, severamente custodiados por una guardia armada.
Casi enseguida, otro hecho descabellado desconcertó a los integrantes del alto mando: el capitán Bernardo Benesch se negaba a abrir fuego sobre Mar del Plata demostrando con su actitud que todavía había gente que no asumía que estaba en guerra.

Benesch manifestó que no pensaba disparar y se encerró en su camarote. Si esa era su postura, debió haberse pronunciado antes, descendiendo en Puerto Belgrano cuando el comando dispuso que aquel que no estuviese de acuerdo con la revolución. El que hubiera permanecido embarcado para finalmente, obrar de esa manera, fue una clara señal de que su actitud fue de mera especulación debía abandonar las unidades ahí mismo.
Lo cierto es que el capitán Alberto de Marotte se hizo cargo del mando y la misión de ataque siguió su marcha.
Para ese momento, la escuadra encabezada por el “9 de Julio”, se hallaba frente a Mar del Plata. A las 21.15, el destructor “Entre Ríos” cursó un despacho a la Base de Submarinos, notificando que de no pronunciarse por la revolución, al amanecer sería bombardeada; en su cable indicó también que se debía dar aviso a la población civil y que se atacaría a todas aquellas tropas que opusieran resistencia. En el comunicado se especificaba evacuar la zona de la explanada, desde Paya Bristol hasta Playa Grande, con una profundidad mínima de cinco cuadras de fondo, “Para evitar mayor destrucción exijo presentación a bordo de inmediato del director de la Escuela Antiaérea y comandante de la Fuerza de Submarinos. Si antes de la medianoche no se ha escuchado a las emisoras locales propalar la orden de evacuación, se incluirá entre los objetivos a bombardear a esa Base Naval”.

Mientras se desarrollaban estos acontecimientos, navegaban hacia el Río de la Plata el buque taller “Ingeniero Gadda” y el submarino “Santiago del Estero”, este último al mando del capitán Juan Bonomi después de abandonar sublevado la Base de Mar del Plata.
Estas dos embarcaciones cumplieron con eficiencia tareas de bloqueo y vigilancia, e incluso el segundo, entró en acción ante la amenaza de aviones no identificados.
Los hechos acontecieron a primeras horas de la tarde cuando el sumergible y el buque taller cumplían la orden de iniciar aproximación a Montevideo, impartida por el almirante Rojas a las 08.50 de la mañana. El “Ingeniero Gadda” ocupó posiciones en Cabo Polonio mientras el submarino se aproximaba aún más al punto indicado. A las 13.10 el radar del “Santiago del Estero” detectó aviones no identificados, razón por la cual, el capitán Bonomi mandó sonar las alarmas y cinco minutos después ordenó a sus artilleros abrir fuego con su cañón Bofor 40 mm, abrir fuego. “He repelido ataques de aviones enemigos” fue el escueto mensaje que irradió a las 13.20. Imposibilitado de sumergirse por la poca profundidad del río, el submarino, que de ese modo ofrecía un blanco sumamente vulnerable, no tuvo más remedio que disparar.

El “Santiago del Estero” fue sobrevolado, primeramente por dos aviones de la Fuerza Aérea Uruguaya que se le aproximaron en misión de patrullaje y en segundo lugar por un aparato de la aviación leal que pasó sobre su posición a baja altura. Fue entonces que disparó, sin alcanzar a ninguno, aunque obligó a los primeros a mantener distancia y al segundo a alejarse rumbo a Buenos Aires sin perpetrar ningún ataque. De ese modo, por primera vez en la historia argentina, los submarinos de la Armada entraban en acción.

“Los submarinos son buques especialmente vulnerables en superficie; su protección reside en tomar profundidad y, cualquier avería de poca importancia en su casco, puede impedirle sumergirse y, dejarlo sin defensa ante ataques aéreos. La audacia y valor eran condiciones conocidas del Capitán de Corbeta Bonomi, comandante del ‘Santiago del Estero’, y una vez más lo demostraba, internándose, bajo la amenaza de los aviones del gobierno, en las aguas poco profundas del Río de la Plata, donde resultaba imposible tomar inmersión. Repeler los ataques aéreos con su único cañón Bofors 40 mm. implicaba una serie de condiciones que todo oficial de marina podía valorar debidamente, y pude apreciar con claridad los sentimientos que animaban a quienes estaban conmigo, cuando me trajeron el escueto mensaje de referencia”, refiere en su obra el contralmirante Jorge E. Perren2.

En la mañana del 18, el capitán de fragata Enrique Plater, comandante de la Base de Submarinos, embarcó en una lancha para dirigirse a la corbeta “República”, a bordo de la cual, mantuvo una entrevista con el capitán Miguel Mauro Gamenara. Aquel intentó convencerlo de que se plegase a las fuerzas rebeldes, pero Plater mantuvo su postura y se retiró para entrevistarse secretamente con el coronel Francisco Martos, jefe del Regimiento Antiaéreo de Camet, a quien intentó convencer de no ofrecer resistencia.

Las alternativas de ese encuentro y otro posterior que tuvo lugar en la rotonda de acceso a la ciudad, muy cerca del cuartel de Bomberos, están muy bien relatadas en la obra de Ruiz Moreno. Lo cierto es que Martos, argumentando que la amenaza de bombardeo eran puras patrañas, se negó a anunciar a la población que debía evacuar la zona y suponiendo a Plater partidario de la revolución, intentó detenerlo.

El destructor "Entre Ríos" fue uno de los buques que atacó Camet
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima) 


Desde el puente de mando del “Entre Ríos” se estableció comunicación con la base para exigir la presencia de Plater y la de su segundo, el capitán de corbeta Francisco Panzeri, bajo pena de iniciar acciones en caso de no hacerlo. El hecho dejó bien claro que ninguno de los dos oficiales estaba con los sublevados y por ese motivo, Martos los liberó.
Plater y Panzeri regresaron a la base, a la vista de numerosos efectivos de la Policía Federal que Martos había desplegado a lo largo de la costa reforzados por civiles armados del partido justicialista.
A las 03.10 Plater se dirigió nuevamente al “Entre Ríos”, acompañado por el capitán de corbeta Rafael González Aldalur y media hora después, abandonó la nave, sumamente acongojado por no haber logrado un acuerdo. Había discutido acaloradamente con el capitán Pantín, quien le recriminó duramente no haber evitado el derramamiento de sangre y regresaba confundido, sin saber que actitud adoptar.
La Base Naval de Mar del Plata se hallaba en grave situación, amenazada desde el mar por la flota rebelde y cercada en tierra por el Ejército leal. Con su ánimo sumamente abatido, Plater solicitó a Panzeri que enarbolase un género blanco en señal de rendición y se aprestase a deponer las armas, pero aquel se negó.

A las 05.30 de la mañana, Plater llamó a reunión e impuso a sus oficiales la situación imperante. Su estado de ánimo era tal, que su segundo, el capitán de fragata Mario Peralta, lo recriminó enérgicamente y le exigió adoptar la actitud correspondiente a un oficial de su rango, instándolo además, a decidiese por uno u otro bando. Como no lo logró, el mismo Peralta tomó el mando, se pronunció a favor del alzamiento y llamó al Regimiento de Artillería Antiaérea y a la Policía Federal para que alertaran a la población civil sobre la inminencia del ataque. Diez minutos después, el “9 de Julio” tocaba a zafarrancho de combate y apuntaba sus cañones hacia el objetivo.


Eran las 06.10 del 19 de septiembre cuando un avión Martín Mariner que regresaba a Puerto Belgrano tras una frustrada misión de ataque a las destilerías de Dock Sud, estableció contacto con el “9 de Julio”, solicitando autorización para bombardear los depósitos de combustible del puerto de Mar del Plata. Concedida la misma, el avión naval se aproximó a los grandes tanques y aún de noche arrojó sus bombas, alejándose inmediatamente en dirección sur.
Si bien ninguno de los proyectiles alcanzó el blanco, la maniobra sirvió para demostrar a las fuerzas locales, que la cosa iba en serio.

Las detonaciones sobresaltaron a la población que a esa hora, todavía dormía y muchas fueron las personas que saltaron de sus camas para observar lo que ocurría a través de sus ventanas. La obscuridad de la noche impedía ver algo aunque el resplandor de las llamas iluminaba fantasmagóricamente el techo de nubes que cubría la ciudad.
En el “9 de Julio”, las órdenes iban y venían. En el Centro de Control de Tiro, el jefe de Artillería, capitán de fragata Raúl Francos, se aprestaba a abrir fuego mientras la embarcación se sacudía por el intenso oleaje.

Eran las 06.15, cuando el comandante De Marotte, comunicó por los altavoces que, cumpliendo las directivas del Comando de la Flota en Operaciones, se aprestaba a abrir fuego sobre el primer objetivo: los depósitos de combustible de Mar del Plata. Anunció también que los destructores harían lo propio sobre las instalaciones del Regimiento de Artillería Antiaérea en Camet y llevando tranquilidad a los tripulantes, aclaró que esos objetivos eran puramente militares y que en esos momentos, la población civil abandonaba el sector, alertada por las autoridades de la ciudad. “El objeto de estas acciones es demostrar a aquellos que han envilecido al país, pisoteando la libertad, las leyes y los más caros sentimientos argentinos”. Inmediatamente después, agregó que las fuerzas de la revolución estaban decididas a hacer desaparecer a los autores de tales infamias y que si era necesario, también se atacaría el puerto de Buenos Aires. Sus últimas palabras sirvieron para inflamar los ánimos y levantar la moral. “Como argentinos nos duele inmensamente el tener que hacer fuego sobre lo nuestro, pero la ceguera de los que han injuriado la justicia y nos han llevado a la ruina moral nos obliga a tomar esta determinación extrema. La Nación lo espera todo de nuestro valor y del estricto cumplimiento del deber. Dotación del crucero ‘9 de Julio’: ¡a sus puestos de combate!”.

Además de la arenga, Ruiz Moreno reproduce las órdenes transmitidas desde el puente a la central de informaciones. Con rumbo 180, velocidad 5, revoluciones 0-5-1 y una distancia de 9-1, 9-1, el crucero entró en sector y a las 07.14 comenzó el ataque.
Los tres cañones de cada una de las cinco torres de artillería, dispararon una primera descarga sacudiendo a la embarcación. Le siguieron cuatro salvas más, disparando cada torre un cañón por vez y los tres al mismo tiempo a partir de la cuarta.

El blanco fue alcanzado de lleno. Tres tanques volaron envueltos en llamas, desprendiendo gruesas lenguas de fuego que iluminaron tenebrosamente la noche. Pese a la obscuridad, los vigías de a bordo distinguieron varios depósitos sin destruir, por lo que el cañoneo se reanudó. Otra andanada de proyectiles cayeron sobre el sector, transformo la zona en un infierno. Los estallidos provocaron una gruesa nube de humo que comenzó a desplazarse en línea horizontal hacia Miramar, impulsada pos los vientos a gran velocidad.
Todavía de noche, la población civil abandonaba el área presurosamente, bajo una persistente lluvia.

Los depósitos de combustible del puerto de Mar del Plata arden tras el bombardeo naval


Llegado a una distancia de 289 grados y 9700 yardas, el “9 de Julio” efectuó su último ataque, disparando nuevamente sobre los depósitos (07.23). Se dispararon en total 68 granadas de 6 pulgadas cada una, que destruyeron nueve de los once tanques de petróleo, averiando de consideración el décimo. Los proyectiles cayeron con impresionante precisión, dentro de un área de 200 metros de largo por 75 de ancho, impactando fuera de ella solo cinco, no más allá de 200 metros de su límite. Ningún civil resultó herido.
Tras 10 minutos de cañoneo, el “9 de Julio” se retiró, a los efectos de brindar protección antiaérea a los destructores que entraban en operaciones.

En momentos en que la Flota atacaba los depósitos de petróleo, la Base de Submarinos era rodeada por efectivos leales de la Policía Federal, por efectivos del Regimiento de Artillería Antiaérea que había instalado sus cañones Bofors de 40 mm en las lomas que rodeaban al Campo de Golf y civiles peronistas fuertemente armados. Por ese motivo, el capitán Peralta, comandante interino de la base, solicitó auxilio urgente a la Escuadra de Destructores para que aquella le proveyera cobertura: “Estimo que estoy a punto de ser atacado. Solicito apoyo artillero”. La respuesta no tardó en llegar.


-Daré apoyo de fuego inmediatamente. Debe designar spotter terrestre y establecer ligazón en el canal GAS-1.

Los destructores “Entre Ríos”, “Buenos Aires” y “San Luis”, apoyados por la corbeta “República”, iniciaron su aproximación a 12 nudos, en el preciso momento en que el “9 de Julio” dejaba de disparar.
En el “Buenos Aires”, su comandante, Eladio Vázquez, ordenó al jefe de Artillería, teniente de navío Gonzalo Bustamante, abrir fuego.
Orientado desde tierra por el teniente de navío Jorge A. Fraga, el “Buenos Aires” hizo un primer disparó que se fue largo, por encima del objetivo. Sus proyectiles sobrevolaron el cementerio e impactaron en plena avenida Juan B. Justo (frente a un negocio de pesca), provocando serios daños en las edificaciones del sector.
Fraga indicó bajar 500 milímetros las bocas de fuego y la segunda andanada dio de lleno en un de los cañones que amenazaban la Base Naval desde las alturas de la cancha de golf. El spotter (teniente Fraga), notificó por radio que los proyectiles habían hecho blanco e incentivado por el éxito, indicó bajar las piezas todavía más, para lanzar una nueva descarga. La misma arrasó las posiciones sobre las barrancas del campo de juego, disparando intermitentemente cada 10 segundos.
Soldados y milicianos se alejaron a todo correr, dejando a sus espaldas varios muertos y heridos. Los que se mantuvieron firmes en sus puestos, fueron los milicianos de la CGT, que una vez más demostraban estar dispuestos a vender caras sus vidas. En otro punto, sobre Playa Grande, partidarios a la revolución agitaban banderas, vivando a la Marina y la Patria sin saber exactamente, el peligro que corrían.

Detrás del “Buenos Aires” llegaron el “Entre Ríos” y el “San Luis”, los dos navegando en línea y disparando sobre las posiciones peronistas. Eso no impidió que tropas del Ejército y elementos sindicales abrieran fuego contra las instalaciones de la base y que el mismo continuase, aún después de finalizado el cañoneo (09.30).

Se produjo entonces un desordenado desbande cuando oficiales y efectivos de la Base Naval corrieron hacia las lanchas y los botes amarrados en los muelles y hacia tres barcos pesqueros que el capitán Panzeri había hecho traer especialmente. Y mientras algunos marinos arrojaban las armas al agua para evitar que cayesen en manos del enemigo, la gran mayoría trepó a bordo y se hizo a la mar, mientras era tiroteada desde tierra por las fuerzas peronistas. Desde las lanchas y los pesqueros se respondió el ataque, generándose un intercambio de disparos que se prolongó por espacio de varios minutos.
En pleno enfrentamiento a varios de los botes, que eran remolcados por las lanchas, se les cortaron las cuerdas quedando a la deriva, a merced de los disparos y el sacudir de las aguas.

Fue en medio de ese pandemonium que un oficial del Cuerpo Técnico, siguiendo instrucciones del capitán Peralta, izó bandera de parlamento y el intercambio de disparos comenzó a disminuir. Minutos después, el cónsul uruguayo en Mar del Plata, que había sido expresamente convocado, envió un comunicado a la Flota a través de la Base Naval, informando que la ciudad capitulaba. Hubo júbilo y algarabía a bordo, momento que aprovechó el capitán De Marotte, para hablar por los altavoces.
El comandante felicitó a la tripulación por el éxito obtenido y agregó que el mismo se debió al esfuerzo y el entusiasmo en el cumplimiento del deber que habían demostrado las tripulaciones y a continuación exhortó a seguir adelante, hasta la victoria final. La Marina no había sufrido bajas, a excepción del suboficial amotinado horas antes de las acciones pero sí el Ejército, cuando un proyectil del “9 de Julio”, impactó de lleno en el cañón sobre el campo de golf, referido anteriormente.

El comandante de la Escuadrilla de Destructores, capitán Luis Mallea, no se confiaba demasiado de la rendición de las fuerzas leales y por esa razón, mandó llamar a los comandantes del Regimiento de Artillería Antiaérea de Camet y del Destacamento de Aeronáutica, aclarando que, de no hacerlo, abriría fuego sobre sus instalaciones, de acuerdo a las instrucciones impartidas el día anterior por el almirante Rojas.
En espera de tales resoluciones, dispuso el desembarco de un pelotón de Infantería de Marina con la misión de ocupar la Base de Submarinos para reforzar sus defensas, al mando del capitán de fragata Carlos López.
Destacado para apoyar la operación, el destructor “Buenos Aires” entró lentamente en el puerto, rumbo a la dársena de submarinos, mientras civiles partidarios de la revolución saludaban desde tierra, bajo la intensa lluvia, saltando y agitando banderas patrias.

En el sector norte, frente a las costas de Camet, los destructores “Entre Ríos” y “San Luis” con la corbeta “República”, se aprestaban a entrar en acción ante el total silencio que mantenían los jefes del Ejército convocados a dialogar y por el temor que infundía el Regimiento de Artillería de Tandil que, según versiones, avanzaba en esos momentos sobre la ciudad.

A las 11.00 de aquel agitado 19 de septiembre, los buques de la Armada tomaron posiciones y abrieron fuego desde6000 metros de distancia, lanzando 175 proyectiles que destruyeron las instalaciones del regimiento, entre ellas el tanque de agua que sostenía la antena del radar. Varios edificios quedaron en llamas pero afortunadamente, no hubo que lamentar víctimas porque menos de una hora antes, sus tropas habían sido evacuadas hacia la vecina localidad de Cobo, dejando vacías las dependencias.

El ataque finalizó a las 11.30 y a continuación, los buques enfilaron hacia el puerto, encabezados por el “San Luis”, navegando bajo un cielo plomizo y sobre aguas agitadas. Cuando se disponían a ingresar, la base era atacada por civiles peronistas que habían llegado al lugar en varios camiones.
Se generó entonces, un violento tiroteo que finalizó cuando a la altura de Playa Grande, los destructores dispararon sus Bofors 40 mm, apoyados por el fuego de armas de repetición de los efectivos navales en tierra. Los civiles, duramente hostigados, se retiraron en diversas direcciones llevando a la rastra a algunos heridos.

Los destructores solicitaron refuerzos al “9 de Julio”, para reforzar las posiciones de quienes defendían la base. Su comandante retransmitió el pedido al almirante Rojas y este lo autorizó, agregando que una vez concluida la operación y se hubiese establecido la calma, partiese de inmediato hacia el norte para reunirse con el grueso de las unidades en el Río de la Plata3.

Con el “San Luis” frente a Playa Grande y el “Buenos Aires” patrullando los accesos al puerto, el “9 de Julio” se aproximó a la costa mientras aún se escuchaban disparos aislados. Dos de los pesqueros requisados se le acercaron por babor para recibir una compañía de infantes de Marina compuesta por 5 oficiales y 120 efectivos, que fue conducida inmediatamente a tierra, para ocupar la base y sus alrededores.

Reducidos y rechazados los milicianos peronistas, Mar del Plata fue ocupada sin mayores inconvenientes y una hora después los cuatros destructores junto al “9 de Julio” pusieron proa hacia el norte con el objeto de reunirse a la Flotade Mar, pronta a entrar en acción contra La Plata y la misma Buenos Aires.

Para entonces, en las bocas del gran estuario, el almirante Rojas, el general Uranga y su Estado Mayor pasaban a “La Argentina”, fondeada en el pontón “Recalada” frente a Punta Indio. La nave insignia, el “17 de Octubre”, fue enviada a encabezar la denominada Fuerza de Tareas Nº 7 que debía llevar a cabo el ataque a las destilerías de Dock Sud. Pese a que lo bajo de las nubes, la lluvia y los vientos dificultaban cualquier tipo de operaciones, el comando de la flota temía que de un momento a otro la Fuerza Aérea iniciase incursiones de hostigamiento desde Morón y por esa razón, era imperioso iniciar las acciones lo antes posible.

Bajo una lluvia torrencial, en un día de truenos y relámpagos, sacudidas las aguas por los fuertes vientos de fines de invierno, la Fuerza de Tareas Nº 7 puso proa al objetivo con órdenes precisas de iniciar acciones a las 13.00 horas en punto.

A las 11.26, el capitán de navío Carlos Sánchez Sañudo cursó a las autoridades leales un comunicado en el que se instaba al gobierno a advertir a la población, a través de las radios oficiales, que estaba pronto a comenzar el ataque y que se debían adoptar los recaudos necesarios para poner la misma a cubierto. Aquel funcionario que no cumpliese con la directiva, sería juzgado como criminal de guerra al finalizar el conflicto.

Según cuenta Ruiz Moreno, el Comando de Operaciones Navales en tierra, acusó recibo del mensaje, pero las radios gubernamentales mantuvieron un hermetismo absoluto.

Imágenes

Puerto Belgrano. Escalón de Comunicaciones
(Fotografías: Miguel Ángel Cavallo: Puerto Belgrano. Hora Cero. La Marina se subleva)



Central de Comando. Puerto Belgrano
(Fotografías: Miguel Ángel Cavallo: Puerto Belgrano. Hora Cero. La Marina se subleva)



Control de Radares. Base Naval Puerto Belgrano
(Fotografías: Miguel Ángel Cavallo: Puerto Belgrano. Hora Cero. La Marina se subleva)


Crucero "17 de Octubre", (luego "General Belgrano"), nave insignia del almirante Rojas
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)



El crucero "9 de Julio" abandona Puerto Belgrano
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)



Crucero "9 de Julio", gemelo del "17 de Octubre" navegando en aguas abiertas
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima) 




Cuarto de máquinas del "17 de Octubre"
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)



Madrugada del 19 de septiembre. El crucero "9 de Julio" 
abre fuego sobre los depósitos de combustible 
del puerto de Mar del Plata
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)



La Base Naval de Mar del Plata también fue blanco de la flota rebelde 
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)



Fragata "Sarandí"
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)




Fragata "Hércules"
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)




Destructor "San Juan"
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)



Destructor "San Luis"
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)



Crucero "La Argentina", nave insignia del almirante Rojas 
hasta su trasbordo al "17 de Octubre" la madrugada 
del 19 de septiembre
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)




Destructor "Buenos Aires"
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)



Buque taller "Ingeniero Iribas"
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)


Mar del Plata. Depósítos de combustible en llamas
(Fotografía: Isidoro Ruiz Moreno, La Revolución del 55, Tomo II)



Comercio del barrio portuario en Mar del Plata 
alcanzado por un proyectil naval 
(Imágen: Nair Miño, Diario "La Capital" de Mar del Plata, Album de Familia 
http://www.lacapitalmdp.com/contenidos/fotosfamilia/fotos/8054)



Regimiento de Artillería Antiaérea de Camet blanco del fuego naval
(Imágen: Diario "La Capital" de Mar del Plata, Album de Familia
http://www.lacapitalmdp.com/contenidos/fotosfamilia/fotos/8054)


Submarino ARA "Santiago del Estero" (S-2)
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)



Destructor "Juan de Garay"
(Imagen: gentileza Fundación Histarmar Historia y Arqueología Marítima)



Notas
1 El vicealmirante consideraba una humillación que la misma flameara en el mástil de un buque sublevado.
2 Jorge E. Perren, Puesto Belgrano y la Revolución Libertadora, p. 197.
3 Ese fue el momento en que desembarcaron los efectivos de Infantería


Publicado 20th January 2013 por Alberto N. Manfredi (h)
FUENTE
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