Por Alejandro C. Tarruella
El aporte de la musicalización que realizó Juan Tata Cedrón del poema de Arturo Jauretche, no hace sino recuperar en tiempo presente, la epopeya y su razón político cultural de rara vigencia. La historia de la flor de no me olvides peronista está vinculada al inicio de la rebelión del pueblo frente a la dictadura de 1955.
A poco de producirse el golpe de Estado que derrocó al general Perón en 1955, grupos de jóvenes que poco después engrosarían los primeros círculos de la Juventud Peronista, se reunían en la esquina de Corrientes y Esmeralda a producir episodios sorprendentes por la mixtura de candor y sentido militante que tenían. Los actos consistían en colocar de pronto una estatuilla de Evita en el cordón de la vereda para lanzar de inmediato improperios y reunir a transeúntes que, presumían los muchachos, eran naturalmente gorilas.
Cuando el grupo que se formaba se convertía en un corrillo que pedía represión para quienes habían realizado ese acto, los militantes lanzaban una serie de consignas favorables al movimiento popular y salían lanzados por el viento a cubrirse de los repentinos represores de traje y corbata. Uno de los grupos de la Juventud Peronista que llegaba a Corrientes y Esmeralda, publicaba el periódico “La Chuza”, luego de crear un ateneo. Eran Felipe Vallese (a quien sus compañeros cuando lo veían ataviado con un piloto claro llamaban “Misterix”), Bechi Fortunato, Nito Rodríguez, Benito Abad, César Marcos, y los hermanos Pedro y Tito Bevelacqua, entre otros. También se evoca que uno de los participantes en esos actos, era el joven Envar El Kadri, futuro forjador de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP).
Los actos relámpago se repetían y en ellos podía desde reivindicarse a Fanny Navarro, actriz prohibida por la dictadura, y a otras figuras como Hugo del Carril. La osadía era uno de los rasgos de los jóvenes que sin saberlo inauguraban la resistencia peronista. Felipe Vallese llegó a tomar en las calles la maqueta de publicidad de una película de aventuras que se exhibía en Corrientes y Carlos Pellegrini, logrando la atención de los diarios de la época, y llevarla para restituirla meses después.
Tito Bevilacqua caería preso en la comisaría primera de Lavalle y San Martín, y Felipe Vallese se encargaba de llevarle comida y hacerle el aguante. Cuenta Pedro Bevilacqua que en tanto los actos relámpagos se reproducían, la policía utilizó a provocadores, entre ellos a Pérez Gris, quien años después, según la investigación de Rodolfo Walsh, sería el asesino del abogado Marcos Satanovsky, que defendía lo intereses de la familia Peralta Ramos que reclamaba la restitución del diario “La Razón”, expropiado por el gobierno de la libertadora.
En la calle Florida, cuenta Pedro Bevilacqua, había una viejita que vendía flores y cuidaba a los muchachos peronistas. En ocasiones, le pedían que llevara milanesas a los presos en la segunda porque sus compañeros corrían el riesgo de ser detenidos al llegar. Sería “La Madrileña la primera en poner flores de nomeolvides en la solapas de los compañeros”, recuerda Pedro.
Otro soporte de la actividad de los jóvenes peronistas, fue el Ñato Pagani, jefe de la claqué, de Esmeralda casi Corrientes, que lucía en su solapa una flor de nomeolvides cuando aún la consigna de su uso era un secreto exclusivo de los peronistas. Rómulo Berrutti era en esos años cronista de espectáculos del diario “El Mundo” y portador de la flor.
“El Ñato era un hombrón con cara de boxeador que manejaba el arranque de los aplausos de la claque no solo al terminar un sketch, porque también se aplaudía para subrayar un chiste en medio de un relato. La claque estaba compuesta por mangueros que querían ver el teatro de revistas sin pagar y se instalaban en el primer piso del Maipo, en la pulman. Cuando los muchachos llegaban corridos por la policía, subían las escaleras sin pasar por la boletería y el Ñato los acomodaba en un asiento. Ahí se escondían, amparados por el Ñato, los muchachos de la resistencia peronista”.
El símbolo fue convirtiéndose en una referencia cultural inevitable de la primera resistencia. Un ícono de una construcción colectiva imbatible históricamente porque pasó a ser parte de un sentimiento que precisaba de un relato cuya construcción fue colectiva y anónima.
“¿Cómo hacíamos para encontrarnos, reconocernos, hablarnos. En aquel tiempo, todos éramos otros y nadie decía nada. Éramos como ostras cerradas hasta que algo leve, un mutismo expresivo, una manera especial del silencio o un no sé qué difícil de explicar, como si fuera un código esotérico para iniciados únicamente, nos hacía reconocernos como compañeros?”, sintetizaba César Marcos a la revista “Peronismo y Liberación” en agosto de 1974 según reconstruyó Norberto Galasso. “…surgían, a veces, algunos signos de reconocimiento, de expresiones pintorescas, por ejemplo, los emblemas de no me olvides en la solapa del saco”.
En un principio, los policía no comprendían la significación del uso de la flor y posteriormente, los jóvenes debían esconder la que llevaban en su solapa porque los identificaba frente a la represión. Dos de esos muchachos, Tito Bevilacqua y Felipe Vallese morirían asesinados por la represión. Felipe es aún hoy un desaparecido aunque se sabe que el crimen fue cometido bajo el mandato del comisario de la bonaerense Juan Forillo, lugarteniente de Ramón Campos en los años de la dictadura señalado por la desaparición de la niña Clara Mariani, nieta de Chicha Mariani, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo.
Arturo Jauretche hizo conocer su poema en el año 1955 en las páginas del periódico “El 45”, publicación que prohibiría la dictadura obligando al poeta a huir a Montevideo. Por entonces, la flor del nomeolvides fue un nosotros que proclamaba una decisión del pueblo que rige en la cultura de un movimiento que realiza el presente del país y resiste, al renacer también en una evocación renovada como la que realiza el notable creador Juan Tata Cedrón, al musicalizar el poema de Jauretche.
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